Equinox Fin de Semana

Notas de Felix Obes Fleurquin y del Semanario Equinox Fin de Semana de Uruguay

Saturday, August 29, 2009

Los 300 y Occidente


Artículo de Arturo Pérez-Reverte: "Eran de los nuestros".



Eran de los nuestros

ARTURO PÉREZ-REVERTE

Todavía no he visto 300, la película de Zack Zinder sobre la batalla de las Termópilas. Pero he seguido con atención la polémica sobre la corrección o incorrección social del asunto, los pareceres encontrados sobre el supuesto retrato artero y malévolo de los orientales persas, y los tópicos sobre el honor y la gallardía de los occidentales espartanos. Ha sido interesante asistir a ese contraste de opiniones entre los partidarios de una visión tradicional del acontecimiento, la prohelénica y heroica, frente a la de quienes se expresan desde un enfoque más orientalista o menos eurocéntrico y lamentan que Jerjes y su gente todavía figuren en la Historia como los malos del episodio.

En el debate no han faltado, naturalmente, las alusiones a la crisis entre los valores de la democracia occidental y los que otras culturas sostienen, las alusiones al islam, etcétera. En el que podríamos llamar sector crítico frente a la versión transmitida por las fuentes clásicas, hay opiniones muy respetables, versiones de historiadores que, con el peso de su autoridad y con más o menos eficacia según el talento de cada cual, revisan tópicos, iluminan rincones oscuros, deshacen o cuestionan interpretaciones tradicionales; pero junto a ese análisis serio, académico, se ha dado también, como era de esperar en los tiempos que corren, una intensa agitación del gallinero mediático, empeñado en aplicar al año 480 antes de Cristo los habituales clichés de lo social o políticamente correcto.

De manera que junto a ciertos finos analistas, intelectuales de pasta flora, eruditos cutres, tertulianos charlatanes y políticos analfabetos, sólo ha faltado alguien que denuncie a Leónidas y sus trescientos hoplitas ante el tribunal internacional de La Haya por militaristas y xenófobos. Que casi. De modo que van a permitirme, también, opinar al respecto. Eso sí: con un criterio contaminado por el hecho poco objetivo de haber leído en su momento –cada cual tiene sus taras– a Herodoto, a Diodoro de Sicilia y a Jenofonte. A lo mejor ése es mi problema. No hay nada mejor, lo admito, para la objetividad, la equidistancia y la corrección política que no haber leído nunca un puto libro.

A ver si lo resumo bien: eran los nuestros, imbéciles. Aunque siempre sea mentira lo de buenos y malos, lo de peones blancos y negros sobre el tablero de la Historia, lo que está claro, películas y paralelismos modernos aparte, es el color de los trescientos lacedemonios y los setecientos tespieos que libraron el último combate contra los doscientos mil persas que los envolvieron y aniquilaron en el paso de las Termópilas.

Pese a su militarismo, a las crueles costumbres de su patria, a que los enemigos no eran afeminados o malvados, sino sólo gentes de otras tierras y otros puntos de vista, los soldados profesionales que peinaron con calma sus largos cabellos antes de colocarse encima treinta y cinco kilos de bronce y cerrar filas dispuestos a cenar en el Hades –Leónidas sólo llevó a los que tenían en Esparta hijos que conservaran la estirpe–, riñeron aquel día como fieras, hasta el último hombre, conscientes de que su hazaña era un canto a la libertad: la demostración suprema de lo que el ser humano, seguro de lo que defiende, puede y debe hacer antes que someterse.

Y claro que eran héroes. Da igual que los historiadores magnificaran su hazaña, o que los enemigos fuesen de una u otra manera. Lo que esos espartanos rudos y valientes defendieron bajo la nube de flechas persas –como bromeó uno de ellos, eso permitía pelear a la sombra–, no era el diálogo de civilizaciones, ni el buen rollito ni el pasteleo para salvar el pellejo poniendo el culo gratis. Enaltecidos por los clásicos o desmitificados por los investigadores modernos, lo indiscutible es que, con su sacrificio, salvaron una idea de la sociedad y del mundo opuesta a cualquier poder ajeno a la solidaridad y la razón.

Al morir de pie, espada en mano, hicieron posible que, aun después de incendiada Atenas, en Salamina, Platea y Micala sobrevivieran Grecia, sus instituciones, sus filósofos, sus ideas y la palabra democracia. Con el tiempo, Leónidas y los suyos hicieron posible Europa, la Enciclopedia, la Revolución Francesa, los parlamentos occidentales, que mi hija salga a la calle sin velo y sin que le amputen el clítoris, que yo pueda escribir sin que me encarcelen o quemen, que ningún rey, sátrapa, tirano, imán, dictador, obispo o papa decida –al menos en teoría, que ya es algo– qué debo hacer con mi pensamiento y con mi vida. Por eso opino que, en ese aspecto, aquellos trescientos hombres nos hicieron libres. Eran los nuestros.

Arturo Pérez-Reverte.

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Wednesday, August 26, 2009

La fiel infantería

MEMORIA DE UN CUADRO
La fiel infantería

ARTURO PÉREZ-REVERTE

La rendición de Breda, por Diego Velázquez.

Aún no se había inventado la fotografía; pero aquel tipo, Velázquez, recogió el momento. Estábamos allí, engalanados como para el Corpus, y a lo lejos Breda estaba en llamas. La verdad es que nos habíamos ganado a pulso el asunto, después de ocho meses dale que te pego, tragando miseria en los parapetos; cavando trincheras, zapa va y zapa viene, con los holandeses haciendo salidas y acuchillándonos en cuanto cerrábamos un ojo. Pero allá ondeaba, en el campanario, el lienzo blanco, grande como una sábana. Al final les habíamos roto el espinazo.

Nos alinearon en el centro, capitanes delante, guardia de piqueros y mosquetes a la derecha, más o menos en orden, aupándonos sobre la punta de los pies para verle la jeta a los holandeses. El capitán Urbieta nos puso en las filas delanteras a los que teníamos la ropa menos harapienta, empeñado como estaba en que impresionásemos al enemigo con nuestra marcial apariencia. La revista de la mañana había sido un calvario: diez azotes por cada falta de aseo y descuido en la vestimenta. Como dijo Antonio Muñoz, mi paisano, para qué puñetas queremos impresionarlos más, capitán, después de que los hemos fastidiado así de bien, que hasta se rinden, los herejes. Si eso no es impresionar a esos hideputas, que baje Cristo y lo vea. Y Urbieta, la mano en el pomo de la espada, mordiéndose el bigote para mantenerse serio, recetando cinco latigazos y medio rancho para el pobre Antonio, por bocazas y por meter al hijo de Dios en estos lances.

El caso es que allí estábamos, en aquel cerro que se llamaba Vangaast o Vandaart o algo por el estilo, con una treintena de picas y otros tantos mosquetes como guardia de honor, con las banderas de los tercios y toda la parafernalia. El resto de las compañías en línea ladera abajo, la cruz de San Andrés desplegada sobre los morriones de nuestros piqueros, lanzas y más lanzas, y mosquetes, que era un gusto mirarlos hasta el llano donde estaba la artillería apuntando al valle y la ciudad. Y al fondo, difuminada y azul entre el humo de los incendios, con manchas de sol que iban y venían entre las motas grises de las fortificaciones y los edificios, Breda a nuestros pies.

Sitúense ante el cuadro y miren a los holandeses, a la izquierda del lienzo. Observen sus caras. Habían subido la cuesta despacio, tomándose su tiempo, como si los que iban a rendirse fuéramos nosotros. Y Justino de Nassau endomingado como para una boda, bajándose del caballo con cara de asistir a su propio funeral, mirando alrededor como un sonámbulo, intentando digerir la humillación mientras procuraba mantener el porte digno. Al pobre diablo le temblaba la mano que sostenía la llave de la ciudad. Algunos de sus oficiales eran muy jóvenes, demasiado para emplearlos en negocio como la guerra, crecidos en campos fértiles, con llanuras y ríos y graneros bien abastecidos, comiendo caliente desde renacuajos. Burgueses cebados y con mucho que perder. Había uno de sus cachorros, rubio e imberbe, jovencito, con casaca blanca y manos de damisela que, aunque destocado por el protocolo, miraba con desprecio nuestras botas con remiendos, las barbas mal rapadas, nuestras caras de lobos flacos, peligrosos y arrogantes. Y hasta tal punto galleaba el mozo que mi capitán Urbieta, que tenía el genio vivo, empezó a retorcerse el mostacho y a acariciar el pomo de la espada, sugiriendo una sesión privada de esgrima. Un compañero del holandés captó el gesto y, poniendo la mano en el hombro del joven oficial, lo reconvino en voz baja hasta que éste bajó los ojos humillado y furioso, a punto de romper en lágrimas. Demasiado tierno, como casi todos ellos. Así les había ido la feria.

A la derecha estamos nosotros; mi lanza es la tercera por la izquierda. En torno sonaban redobles, cascos de cabalgaduras, capitanes dando órdenes como latigazos. Y allí, descabalgando, nuestro general, con media armadura negra rematada en oro, cuello de encaje y banda carmesí, el apunte de una sonrisa en los labios, Ambrosio Spínola, el viejo zorro. Con aire de circunstancias, pero disfrutando por dentro el espectáculo. Al fin y al cabo, aquélla era su fiesta.

Lo que son las cosas de la vida. Cuando la gente se para ante el cuadro, en el museo, son Spínola y el holandés, el jovencito imberbe y la plana mayor de nuestro general, quienes acaparan todas las miradas. Nosotros só1o somos el decorado, el te1ón de fondo de una escena en la que hasta el caballo de don Ambrosio, sus cuartos traseros, parece tener más importancia. Y sin embargo, allí en Breda como antes en Sagunto, Las Navas, Otumba o Pavía, o después en los Arapiles, Baler, Annual o Belchite, quienes en realidad hacíamos el trabajo duro éramos nosotros. Los nombres dan igual, porque durante siglos fuimos siempre los mismos: Antonio de Úbeda, Luis de Oñate, Álvaro de Valencia, Miguel de Jaca, Juan de Cartagena... Con la España que teníamos a la espalda, no había otra solución que huir hacia adelante. Por eso éramos, qué remedio, la mejor infantería del mundo. Secos y duros como la ingrata tierra que nos parió, hechos al hambre, al sufrimiento y la miseria. Crecidos sabiendo lo que cuesta un mendrugo de pan. Viendo al padre, y al abuelo, y a los hermanos mayores, dejarse las uñas en los terrones secos, regados con más sudor que agua. A la madre silenciosa y hosca, atizando el miserable fogón. Salidos de ocho siglos de acogotar moros o de acuchi1larnos entre nosotros, crueles e inocentes a un tiempo, traídos y llevados a través del tiempo y de los libros de Historia so pretexto de tantas palabras huecas, de tantos mercachifles disfrazados de patriotas, de tantas banderas a cuánto la vara de paño de Tarrasa, de tantas fanfarrias compuestas por filarmónicos héroes de retaguardia. Fíjense en nosotros: siempre al fondo y muy atrás, perdidos, anónimos como siempre, como en todos los cuadros y todos los monumentos y todas las fotos de todas las guerras. Soldados sin rostro y sin nombre, carne de cañón, de bayoneta, de trinchera. La pobre, sudorosa y fiel infantería. Después, en los primeros planos y sobre los pedestales de las estatuas siempre aparecen otros: los Spínola que nunca se manchan el jubón, y que aún tienen humor y elegancia para decirle al holandés no, don Justino, faltaría más, no se incline. Estamos entre caballeros. El resto queda para nosotros: cruzar un río helado entre la niebla, en camisa para confundirnos con la nieve, la espada entre los dientes minados por el escorbuto. Levantarse y correr ladera arriba con la metralla zumbando por todas partes, porque al capitán, aunque es una mala bestia, nos da vergüenza dejarlo ir solo. Quedarte sin municiones en la Puerta del Carmen de Zaragoza y empalmar la navaja tarareando una jotica para tragarte el miedo, mientras los gabachos se acercan para el último asalto. Hacerse a la mar porque más vale honra sin barcos, dicen, en buques de madera ante los acorazados de acero yanquis. Morir de fiebre en la manigua, degollado en Monte Arruit por la ineptitud de espadones con charreteras. O cruzar el Ebro con diecisiete años mientras la artillería te da candela, el fusil en alto y el agua por la cintura, con los compañeros yéndose río abajo mientras en la orilla los generales y los políticos posan para los fotógrafos de la prensa extranjera.

Échenle un vistazo tranquilo al lienzo, sin prisas, e intenten reconocernos. Somos la humilde parcheada piel sobre la que redobla toda esa ilustre vitola de los generales y los reyes que posan de perfil para las monedas, los cuadros y la Historia. Y cuántas veces, en los últimos doscientos o trescientos años, no habremos visto ante nosotros, mirando con fijeza hacia el modesto rincón que ocupamos en el lienzo, un rostro de campesino, de esos arrugados y curtidos por el sol como cuero viejo. Un rostro parado ante el cuadro con aire tímido y paleto, dándole vueltas a la boina o el sombrero entre las manos nudosas, encallecidas, de uñas rotas. Los ojos de un hombre indiferente a la escena central del cuadro, buscando aquí atrás, en la modesta parte derecha de la composición, al fondo, bajo las lanzas, entre nosotros, una silueta confusa, familiar. Tal vez la de aquel hijo al que una vez acompañó un trecho por el sendero que conducía al pueblo, llevándole el hato de ropa o la maleta de cartón, liándole el primer cigarro. El hijo al que, ya parado en el último recodo, vio alejarse con su pelo al rape, las alpargatas y el traje de domingo, llamado a servir al rey. Hacia una guerra lejana e incomprensible de la que no habría de volver jamás.

Fíjense en el cuadro de una maldita vez. Nosotros le dimos nombre y apenas se nos ve. Nos tapan, y no es casualidad, los generales, el caballo y la bandera.

El doblón del capitán Ahab


El doblón del capitán Ahab

ARTURO PÉREZ-REVERTE

UNA JOYA REVERTIANA PARA LOS AMANTES DE LAS NOVELAS DE AVENTURAS Y DE TINTIN

Dedicado con permiso del autor a Josh y Virginia, navegantes

Llevo en el bolsillo el doblón de oro del capitán Ahab.

Muchas veces remé hacia la ballena, con el cuchillo entre los dientes, sintiendo en la espalda la respiración entrecortada de mis compañeros mientras Queequeg, erguido en la proa, apuntaba el arpón al lomo de Moby Dick. Otras salté desde la barquilla de un globo en el cielo de África, para aligerarlo de peso y salvar la vida de mis amigos, me cubrí con la máscara de Scaramouche o aguardé el asalto de los indios hurones tumbado en la hierba de la pradera, la culata del mosquete pegada a la cara, mirando de reojo el rostro sereno y picado de viruela de Lewis Wetzel, el implacable matador de hombres. Y en más ocasiones de las que puedo recordar vi hundirse el sol en el mar acodado en la regala de la Hispaniola, salté por la borda del Patna en lugar de ese chico, Jim, me cañoneé penol a penol desde la fragata Surprise, o atravesé con mi espada al pirata Levasseur en una playa del Caribe. A ustedes les asombraría mi currículum, caballeros, si se lo contara completo. Aquí donde me ven, he visto cosas que otros se limitan a soñar: naves ardiendo más allá de Orión y y toda la parafernalia, no sé si me explico. Pero me temo que harían falta innumerables veladas como ésta para pasarle revista a todo eso. De cualquier modo, aquí, en la veranda del hotel Raffles, se está cómodo; la temperatura resulta agradable, y la Bombay azul que nos sirve el camarero malayo es tan perfumada como la noche que nos rodea con sus luciérnagas, sus ruidos de la selva próxima y demás. Hasta me parece oír a lo lejos, escuchen, el rugido de Shere Khan. Así que déjenme encender la pipa, hagan arder sus cigarros, acomódense y oigan lo que puedo referir, si gustan. Y recuerden, sobre todo, que nada de lo que les cuento puede mirarse con ecuanimidad desde afuera. Quiero decir que para ciertas cosas es necesario un pacto previo. En las novelas de aventuras, por ejemplo, el lector debe ser capaz de incluirse en la trama; de participar en el asunto y vivir a través de los personajes. Mal asunto si va de listo, o de escéptico. Si un lector no es capaz de poner en liza su imaginación, de implicarse y establecer ese vínculo, aunque sea resabiado y sutil, entonces que ni se moleste en intentarlo. Se va a la novela, y en especial a la de aventuras, como los católicos a la comunión o como los tahúres al póker: en estado de gracia y dispuesto a jugar según las reglas del asunto. Y así, entre muchas posibles clases, divisiones y subdivisiones, los lectores se dividen básicamente en dos grandes grupos: los que están dentro y los que se quedan fuera.

Pero disculpen si me voy un poco por las ramas, caballeros. Sí, beberé un poco más de esa ginebra, gracias. Me disponía, estaba diciendo, a hablarles de ellos: de los hombres y mujeres que conocí en el curso de innumerables viajes llenos de peligros y descubrimientos, a cuyo término ellos, y en consecuencia quien ahora les habla, encontramos la felicidad o la desilusión, la gloria o el desastre; pero en cualquier caso, también el conocimiento de nosotros mismos y del mundo en el que vivimos, luchamos y morimos. Y debo decir que los conocí de todo tipo y pelaje: héroes voluntarios o involuntarios, simpáticos, callados, estúpidos, inteligentes, hastiados de la vida o empeñados en sobrevivir a toda costa. Como en la vida cotidiana, supongo. Como en esta veranda de este mismo hotel de Singapur donde charlamos. A la hora de hablar de aventureros malgré eux, fíjense si no en Robinson Crusoe, que ni siquiera fue un hombre valiente -siempre detesté a ese anglosajón miserable, que cuando al fin encontró un compañero lo convirtió en su criado-, o en el más simpático doctor Lemuel Gulliver, por ejemplo. Recuerden a los chicos náufragos de La isla del coral o El señor de las moscas. A Passepartout, que sirve al flemático Phileas Fogg; al también doctor Pedro Blood, después esclavo y pirata en las Antillas; a ese inglés, Rudolf Rasendyll, que se va de accidentada pesca a Zenda; a los hermanos Michael, John y Digby Geste, o al más precoz de todos los héroes involuntarios, el bebé John Clayton III, más conocido luego como Tarzán de los Monos por razones mundialmente notorias. Sin olvidar a los animales, invariablemente héroes a su pesar, empeñados en sobrevivir, como los perros Jerry y Buck, el conejo Frambueso -si La colina de Watership no es una novela de aventuras, que baje Dios y la lea-, o en cierto modo, en una visión ecologista y postmoderna, la mismísima Ballena Blanca; que a fin de cuentas sólo aspira a que la dejen en paz y mata para defenderse. De modo que convendrán conmigo, caballeros, en que ese tipo de héroe involuntario es el que mejor permite al lector proyectarse en él; porque se trata de gente normal como ustedes o como yo -animales incluidos-, que de pronto se ve metida de cabeza en un buen lío, y el lector piensa bueno, qué diablos. A fin de cuentas pudo pasarme a mí.

Aunque en lo que a mi persona se refiere, y sin duda por la condición de capitán de marina, etcétera, me inclino más por los otros héroes. Los de ángulos oscuros y lluviosos corazones de noviembre -ustedes saben a qué me refiero, naturalmente- que van llegando a la novela a partir de la literatura romántica con su bagaje de libertad, fuga, revolución e individualismo, con la aventura como vocación, como refugio, como solución e incluso como medio de trabajo. Pienso en mi viejo amigo Tom Lingard, sin ir más lejos, o en John Blackbourne, capitán de la goleta corsaria Intrépida. Y en el joven contrabandista polaco que empieza su relato confesando que él y sus amigos eran jóvenes, bebían vodka a cántaros y las chicas guapas los querían bien. Pienso en el pirata holandés que llegó a ser Shogún. En Enrique Feversham, el oficial británico que devolvió a sus amigos y a la mujer que amaba sus cuatro plumas. O en Alan Quatermain y sus misteriosas minas africanas... Quatermain, por ejemplo, es un prototipo del aventurero profesional como también lo son Lewis Wetzel y Ojo de Halcón alias Calzas de Cuero, esos dos tipos duros a los que cualquier lector desearía tener como amigos llegado el caso de verse obligado a pelear contra los indios o contra quien haga falta. También hay profesionales y héroes vocacionales dignos como los capitanes de navío Horacio Hornblower o Jack Aubrey, de la marina de Su Majestad; héroes altruistas como el cruzado Sir Kenneth el del Leopardo, e Ivanhoe -yo siempre preferí a la judía Rebeca, si me permiten el apunte-, o como aquel otro sir inglés, el falso petimetre Percy Blakeney, disfrazado bajo el alias de La Pimpinela Escarlata. También, por supuesto, hubo bandidos simpáticos como Dick Turpin, Robin Hood o Rocambole, y rufianes tramposos y pícaros como Danny Dravot y Peachy Carnehan -esos dos suboficiales compadres que casi llegaron a reinar en las montañas del Himalaya-, incluido el abyecto y divertido antihéroe victoriano llamado Harry Flashman. Sin olvidar tampoco, en el otro extremo del asunto, a idealistas como Robert Jordan, alias El Inglés, que volaba puentes para la República, o como Sydney Carton, que ofreció su mano a una muchacha asustada a la sombra de la guillotina, o como Gabriel, que episodio tras episodio nos cuenta la gran aventura épica de su vida y de su patria. Todo eso, faltaría más, considerando también la cara sombría, el lado oscuro de la que a menudo es una misma moneda: aquellos a quienes la vida pone al otro lado y que, a veces, pese a no ser los hombres más honestos ni los más piadosos, atrapan al lector con mucha más intensidad que los héroes de corazón puro: Ruperto de Hentzau, Bois-Gilbert, Conrado de Monferrat, el capitán Levasseur, Latour d'Azyr, Garfio, Rochefort, Eric, Fantomas, y dos mujeres -permítanme, caballeros, esta pequeña referencia íntima- que fueron piezas clave en mi educación sentimental : la bella y enigmática Milady de Los Tres Mosqueteros y la Irene Adler de Un escándalo en Bohemia. Me refiero a La Mujer, querido Watson.

Déjenme encender otra pipa, y continúo. Gracias. Iba a decirles ahora que, bueno, que siempre hay una primera vez. Un primer deslumbramiento. Igual que ocurre en la vida, un día estás junto a alguien, o abres un libro, y de pronto dices: este fulano me gusta. Lo adopto como amigo, me lo quedo. En las novelas eso tiene la ventaja de que los riesgos, hasta cierto punto, son controlados. Y puedes escoger con más elementos de juicio que en la vida real. Tal vez por eso algunos elegimos nuestros mejores amigos, incluso nuestros odios y nuestros amores, a partir de las páginas de una novela. Antes hablé de educación sentimental -les sorprendería saber hasta qué punto aquellas dos mujeres marcaron mi vida, amén de una tercera que conocí joven, cuando visitaba a mi primo Joachim en cierto sanatorio de montaña-; pero mucho más decisiva fue la educación personal que adquirí compartiendo viajes y aventuras con otros personajes. Igual que los primeros amores, los primeros amigos no se olvidan nunca; y lo bueno que tiene el paso del tiempo es que ayuda a mirarlos de otra manera, con ojos diferentes, y entiendes cosas que antes sólo intuías, o ignorabas. Hubo un joven aprendiz de mosquetero, por supuesto. En el principio fue la espada; y eso imprime carácter. Pero es que, además, en torno a una espada o a una aventura cualquiera, los amigos son fundamentales; y ningún otro género literario ofrece, como éste, tan escogido manojo de amigos leales, resueltos a seguirte hasta las mismas fauces del infierno: Yáñez, Porthos, Peterkin, los irregulares de Baker Street, los mohicanos Chingachguk y Uncas, los nobles caballeros de Camelot, los almogávares de Bizancio, la hermandad de arqueros amigos de Dick Shelton, los lobos de Mogwli en la batalla contra los perros jaros, Batanero y el pelirrojo Peters, Little John y el padre Tuck, los maestros de esgrima Cocardasse y Passepoil, los remeros que a bordo del Argo persiguen el Vellocino en pos del sueño del hombre calzado con una sola sandalia. Y entre los más queridos de todos ellos se encuentran, faltaría más, dos arponeros llamados Ned Land y Queequeg, y un pirata cojo con un loro en el hombro -"Piezas de a ocho, piezas de a ocho"- que me mostró las imprecisas fronteras que median entre el bien y el mal, y que además me hizo descubrir uno de los ingredientes fundamentales en la literatura, en la ficción, en la imaginación y en la vida: la importancia del escenario. Me refiero al viaje, el mar, el espacio o la tierra desconocida que huelen a peligro y a aventura. La terra incognita. Ya se trate de un viaje buscado, como el de Hernán Cortés bajo la lluvia de Taloc, Lope de Aguirre en pos del Dorado, o Claudio Bombarnac a través de la estepa rusa; de un gaje del oficio -los marinos del Narcissus, el capitán MacWhirr o el joven que cruza su primera línea de sombra-; o de los viajes forzosos, accidentales, casuales, que emprenden James Dury, señor de Ballantrae, Ben Hur, David Balfour, Peter Hardin el cazador de barcos, John Tenchard, el egipcio Sinuhé, los niños por cuya causa terminan ahorcados los pobres piratas de Huracán en Jamaica, el joven Singleton, Humphrey Van Weyden, a quien vuelven marino a la fuerza a bordo de Ghost, o el mimado y jovencísimo millonario Harvey Cheney, que descubre por accidente la rudeza del mar, del trabajo y de la vida. Quiza, fíjense ustedes, me hice a la mar por causa de algunos de ellos, y ahí está el origen del largo viaje que hoy me ha traído hasta la veranda de este hotel malayo donde, por cierto -llamen al mozo, por favor- compruebo que se está terminando la ginebra. De cualquier modo, no puedo seguir hablando de este tipo de gente, de los compañeros de viaje, sin mencionar al bisabuelo de todos. Al que primero me hizo ver más allá del mero relato, enseñándome que la vida es una encrucijada fascinante, una aventura de límites imprecisos donde todo se relaciona entre sí, donde el clavo de una herradura puede costar un reino, y donde el verdadero héroe es aquel que, consciente de su destino, viaja, navega, pelea lúcido -la lucidez es condición imprescindible p ara todo auténtico héroe cansado- bajo un cielo desprovisto de dioses propicios. Me refiero a Ulises, rey de Itaca, el de los muchos caminos. Viajo con él desde que lo traduje línea a línea, en un pupitre del colegio. Lo conozco, y gracias a él me conozco a mí mismo. Ulises, héroe voluntario en la guerra de Troya, se convierte en héroe involuntario en el azaroso viaje de regreso a su isla natal. Porque lo que a esas alturas de la vida pretende Ulises es regresar junto a Penélope y envejecer tranquilo, contándole a su hijo Telémaco y a sus nietos, como el abuelito Cebolleta -como yo a ustedes ahora, caballeros- la historia de aquella noche en que salió del caballo de madera junto a camaradas valerosos y crueles como él, y se hartó de degollar troyanos. En Ulises y en su aventura descubrí de modo consciente, por primera vez, todos los elementos que nutren la literatura de aventuras y también la vida misma; tal vez porque son los que reinan en el corazón y en la memoria del ser humano, del mismo modo que todos los ingredientes de treinta siglos de literatura -espero que sepan ustedes disculparme la cita culta- estaban ya contenidos en la Poética de Aristóteles. Hablo del viaje, el mar, la tempestad, el naufragio, el monstruo, el peligro, la tentación, la mujer perversa, la mujer noble y abnegada, el valor, la astucia, la ambición, la amistad, la lealtad, la justicia, el arco que nadie más puede tensar, la nodriza y el viejo perro fiel que te reconoce. Y sobre todo, la más atroz y práctica conclusión para un lector de trece o catorce años: el héroe de la novela de aventuras o de la vida misma nace cuando, enfrentado al azar o al destino, invoca en su auxilio a los dioses y no acude nadie; así que no tiene más remedio que arreglárselas como puede. Y al final, a veces, en la última página, descubrimos estupefactos que el Corsario negro está llorando, sentimos que es demasiado peso en la gruta de Locmaría, vemos arder la Bounty frente a la isla de Pitcairn o comprendemos, al fin, la sombría soledad del capitán N emo.

Se hace tarde, se acaban la ginebra y el tabaco, la luz del quinqué está extinguiéndose y los mosquitos me acribillan vivo. Pero no quiero irme a dormir, caballeros, sin hablarles de la materia principal de la que para mí están hechas las aventuras y los sueños: el mar. No en vano, fíjense, llevo estos cuatro galones dorados en la bocamanga. Más que el aire -nunca me interesó mucho ese medio, aparte Cinco semanas en globo, De la tierra a la luna y alguna historia así, porque mis héroes siempre tuvieron los pies en la tierra o en la movediza cubierta de un barco-, el mar fue siempre desafío y camino, y desde su infancia, asomados a los puertos y a las orillas, los hombres aprendieron a soñar con las cosas remotas que albergan, sin saberlo, en su propio corazón. Hablo de mi propio caso, si me toleran otra referencia personal al respecto. A fin de cuentas, no es casual que la que tal vez es la mejor novela de aventuras empiece con un joven llamado Edmundo Dantés a bordo de un navío llamado Faraón. O que una de las obras cumbres de la literatura universal narre minuciosamente la caza de una ballena. O que la más hermosa historia escrita para jóvenes sea un viaje por mar a la isla de los piratas. Y en todas esas novelas vinculadas al mar, caballeros, más aún que en ningunas otras, se cumple inexorable el gran ritual de la literatura, de la aventura y de la vida: el viaje peligroso mediante el que, quien se atreve a emprenderlo, progresa en el conocimiento de sí mismo y del mundo en el que vive. Como en el juego de la Oca al llegar a la trigésimosexta casilla, como el peregrino medieval que llega a Santiago, como el alquimista afortunado al término de la Gran Obra, el héroe que sobrevive al encuentro con el buque fantasma acaba sabiendo más. Y a su regreso ya no es el mismo: para bien o para mal, será incapaz de ver el mundo igual que antes de partir. Ahora sabe lo que sus compatriotas, o vecinos, o familiares, ignoran. Es -yo lo fui con cada uno de ellos, caballeros, tienen ustedes mi palabra- el joven Hawkins desembarcando a su regreso de la isla del tesoro, Tuan Jim dando sus últimos pasos en Patusán, Ismael agarrado al ataúd calafateado de Queequeg, Jasón y Medea reprochándose el pasado, D'Artagnan con su flamante casaca de mosquetero después de permitir que degüellen a Milady, Gulliver al final de su último viaje, con la amarga certeza de que los caballos son los únicos seres racionales...

Vuelvo a la cubierta del Pequod -y disculpen que en realidad apenas salga de ella-, porque en su mástil, caballeros, hundida a martillazos por el viejo y maldito Ahab, reluce el doblón de oro que premia el avistamiento de la ballena blanca. A mi juicio, ése es el mejor símbolo acuñado de todo aquello que fascina a ciertos hombres y mujeres, y los arrebata de la seguridad, y los lleva a remar, como decía al principio de esta conversación, a bordo de una ballenera con el cuchillo entre los dientes y separados de la Eternidad por el escaso grosor de una tabla de madera, rodeados de estachas que tal vez los atarán a su propia carroza funeraria, para correr la aventura de la vida: la que impidió que el ser humano siga siendo un molusco atrincherado en el fondo del mar. Cada vez que me detengo en la biblioteca y acaricio el lomo de los viejos libros que me llevaron lejos, oigo el rumor de la marejada y el lejano golpeteo del martillo del viejo capitán clavando esa moneda en el palo. Miradla bien, decía Ahab. Y aquí la tengo. Si la froto con la manga, así, reluce como el oro de los sueños. Y déjenme decirles una última cosa, caballeros. Compadezco a los hombres cómodos, resignados y razonables que nunca leyeron libros que estremecieran su corazón. Compadezco a quienes nunca se dejaron seducir y arrastrar por una moneda de oro, una mujer hermosa, un amigo fiel, una aventura descubierta en un libro. Compadezco a los que nunca dormirán la paz eterna con todos los piratas, junto a la tumba donde se pudran ellos y sus sueños.


© Santillana Ediciones Generales S.L.

Sunday, August 23, 2009

Mujica y sus amigos porteños

Con autorizacion expresa de Carlos Maggi

Mujica y sus amigos porteños

Carlos Maggi

En las últimas notas hemos revisado las vinculaciones personales y las coincidencias de pensamiento entre el candidato del Frente Amplio, el señor José Mujica y los principales mandatarios del bloque hispanoamericano comandado por el Presidente de Venezuela, el señor Hugo Chávez.

Vale la pena revisar los rasgos principales de esos gobiernos, empezando por Argentina, el país más próximo a nosotros, por razones de afecto, de historia y de geografía.

No fue casualidad que integráramos el virreinato del Río de la Plata que nos unió y nos une; no fue casualidad, que la lucha de los orientales fuera para detener y derrotar al centralismo porteño.

Desde hace más de medio siglo, desde 1942, miramos la Argentina, llevada entre vaivenes, de libertad y de autoritarismo.

Por lo regular, cuando los argentinos votan gana un peronista, que luego de ocupar el cargo se revela como enemigo de la democracia y del federalismo (cf. Mariano Grondona).

El peronismo no tiene una ideología determinada, pero sí tiene un método bien ostensible y mantenido: los prohombres llamados a desempeñar la primera magistratura, procurarán (y casi siempre lo logran) desvirtuar los controles previstos por la Constitución que limitan su poder. Las ansias de esos gobernantes que nunca explican qué quieren (sacan el señalero para la izquierda y doblan para la derecha) van por caminos sesgados, en procura de algo así como ser virreyes.

A nosotros nos golpean esos berretines de aristocracia chanta, desde los tiempos de Artigas, que exigió en las Instrucciones del año XIII, que la capital estuviera fija y precisamente, fuera de Buenos Aires.

Juan Bautista Alberdi, el hombre que vio su país con más profundidad, escribió unos años después:

- "Todo gobierno nacional es imposible con la capital en Buenos Aires.

"Las ciudades virreinales son todavía, el cuartel general de las tradiciones coloniales. Pueden ser hermoseadas en la superficie por las riquezas del comercio moderno, pero son incorregibles para la libertad política".

COMENTO: ¿Qué pensar de un futuro gobernante de esta banda que va a rendir pleitesía a la corte del matrimonio virreinal? ¿Cómo puede suceder que Mujica, candidato con posibilidades de ser nuestro Presidente, no tenga sensibilidad para rechazar el modo de proceder del gobierno argentino?

No voy a hablar de los puentes cortados, ni de los ataques sordos dirigidos contra el Presidente Vázquez. La intención de esta nota refiere al poder, a las formas reptiles de la opresión.

Repaso las noticias de un día cualquiera, el 12 de agosto, publicadas en La Nación (un diario, un día):

-El ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, uno de los funcionarios más importantes de los cinco primeros años de la gestión kirchnerista, acusó a la administración de Cristina Kirchner de haberlo espiado.

Escribe Morales Solá: "El caso de Alberto Fernández ha traído novedades de envergadura: la profundización, si es que cabe, del sistema de espionaje interno que Néstor Kirchner perfeccionó al extremo de que ya no se sabe si hay uno, dos o tres servicios que investigan la vida pública y privada de las personas.

"Cuando K. accedió al poder, en 2003, la SIDE contaba con un presupuesto anual de 183 millones de pesos.

"En el presupuesto 2009, el organismo de inteligencia tiene asignados casi 500 millones de pesos.

"Ni el gobierno ni ningún funcionario del espionaje oficial están obligados a rendir cuentas de ese dinero, ni ahora ni nunca.

"La policía compra información reservada a equipos privados de espías".

COMENTO: Otro protagonista del escándalo de estos días es nada menos que el vicepresidente de la Nación, Julio Cobos.

La SIDE es, según fuentes calificadas, la que tiene a su cargo un seguimiento de la actividad pública y privada del vicepresidente; sus conversaciones telefónicas íntimas, etc.

Es peligroso ser vice. Cobos votó una sola vez en contra de su Presidenta; y fue sanbenitado. Todo espía es espiado.

La denuncia de Alberto Fernández provocó la reacción del ex jefe de la Secretaría de Inteligencia, Miguel Ángel Toma. Toma acusó al ex ministro:

-"En todo caso, está probando de su propia medicina. Seguramente no se acuerda de que, como jefe de Gabinete, era precisamente él quien decidía a qué funcionarios, ex funcionarios, periodistas o miembros de la oposición había que espiar, como asimismo a qué periodistas premiar o castigar según estuvieran más cerca o más lejos del gobierno".

En la Justicia se tramitan causas por espionaje ilegal. Una es la que instruye la jueza federal de San Isidro, al prosecretario de Inteligencia, Juan Bautista Yofre. De acuerdo con las investigaciones, interceptaba y mandaba interceptar el correo electrónico de periodistas, dirigentes y miembros de la farándula artística.

¿Un país así envenenado, quiere Mujica para nosotros?

¿Será bueno para nuestra libertad ser gobernados por un hombre a quien estos hechos malignos, no le hacen mella?

Grondona toca otro tema muy menor, pero muy significativo:

-"La intención de Néstor Kirchner de intervenir en la televisación del fútbol confirma no sólo la continuidad, sino también la expansión de su `modelo` hacia nuevos espacios hasta ayer intactos".

"Este `modelo` se aplica a toda clase de actividades deficitarias cuyo ahogo financiero arranca del comportamiento del propio gobierno para que pasen a depender de los subsidios de un Estado que sólo subsidia, a cambio de sumisión política".

"A la `profundización del modelo` corresponde la continuación de la `venganza` kirchnerista contra antiguos aliados como Alberto Fernández, y contra Clarín, al que Kirchner quiere despojar de los contratos que tenía Torneos y Competencias con la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), para televisar el fútbol hasta 2014".

Agrego una noticia risible: el Indec, la oficina de estadísticas y censos de la República Argentina, falsea los resultados de su investigación, a tal grado que la Justicia intima a la institución oficial para que dé a conocer el método secreto mediante el cual calcula la inflación en un 4%, cuando todas la estimaciones privadas coinciden en fijar un 14% o más.

¿Mujica no sabía que en la Argentina suceden estas cosas?

Fue triste que los uruguayos residentes en Buenos Aires tuvieran que pedirle que tomara distancia del matrimonio K.

El mismo día, 12 de agosto, se completa el panorama: Cristina Kirchner anuncia la integración con Venezuela.

La Presidenta firmó en Caracas, veinte convenios. Pidió "no demonizar" a Chávez (un angelito) y aseguró que el vínculo con Venezuela es "imprescindible", (no dijo para qué).

Todo indica que Mujica formará parte del ámbito bolivariano, donde el poder de cada presidente es exorbitante.

Mujica necesita poderes extraordinarios, por eso no muestra un plan, ni explica nada. No comprometer es el gran principio peronista. En cada circunstancia se improvisará lo que sea, incluso la reforma de la Constitución (!).

Por ahora, "como te digo una cosa, te digo la otra". No me pregunte. Se verá.

Hay un solo nombramiento previsto y refiere al futuro Ministro del Interior.

El mando de la policía reforzada, de ganar las elecciones, quedará a cargo del señor Eduardo Bonomi.

Mujica decidió que sea su mano derecha.

Friday, August 21, 2009

Jodiendo al de a pie


Jodiendo al de a pie



CUTCSA TE DEDICA ESTE PARO



Paro de ómnibus en Montevideo, otro más del sindicato, cuyo lema es "Que se joda el Ciudadano de a pie" ya que el paro no arregla nada, no da más seguridad, no hace magia para que Uruguay se convierta en un país rico para que haya mas policías mejor pagos y más seguridad, sino todo lo contrario, y disculpen, jode al de a pie, al que supuestamente esos sindicatos se sienten afines, pues al pudiente con auto, solo le hacen la circulación más fácil al retirar ómnibus de la calle. Es curioso además, y todos sabemos el motivo, esto de paros en viernes de vísperas de fin de largo fin de semana. Tendrán un día extra de descanso pago y el de a pie, quedó ahí tirado en la parada, puteando bajito, porque el uruguayo encima, es manso y acostumbrado a que poderes fácticos, le jodan la vida.



Son estos sindicatos los que desde el Estado y desde estas agremiaciones ultrapoderosas, apoyan y tratan de llevar adelante un país monopólico y atrasado, en el que su enorme poder, máxime cuando desde el gobierno, se los trata con delicadeza y temor por no perder votos, se usa en forma descarada para mantener estructuras obsoletas y atrasar todo el tiempo posible, el desarrollo de la sociedad; porque esos cambios que el país necesita van contra sus intereses y los de los grupos políticos a los que ellos apoyan, en particular al que dio el golpe cuartelero en el Frente Amplio, y se tragó esa maquinaria de negar la modernidad y de joder al uruguayo de a pie muy especialmente.



No es extraño pues que recientes estudios confirmen que los grupos de la población de mas bajos recursos NO necesariamente son frentistas sino todo lo contrario, y que además la realidad confirme la caída en picada de un payaso mediocre llamado José Mujica, que hizo gracia durante los primeros cinco minutos de la reunión, como esos pesados y mamados que hacen un chiste y la gente se ríe, pero al rato, lo sacan del pescuezo por que se repite, y no tiene nada más que decir salvo las primeras cinco frases medianamente ocurrentes. Confirman las encuestas y confirma la cara de culo permanente de Mujica y su mal humor creciente, así como la cara de no saber ni como pararse ni que decir de un Astori que ha demostrado que para lo único que sirve, es para hacer de Chirolita, el títere idiota de un animador de décima, que la realidad y el buen sentido de la gente, pondrá en su lugar en estas elecciones.



Los sindicatos pues, bajo un gobierno que deberá respetar sus derechos, pero que al mismo tiempo tendrá que defender a la población del patoterismo fascista de estos tipos, deberá actuar de forma que ayude a que la sociedad sea más solidaria, a que el país se modernice y que el tipo de a pie no sea la víctima fácil y a mano para poder tener un viernes libre en vísperas de un largo feriado, un feriado sin sentido como ya dije una vez y lo repito, ya que el 25 de Agosto no hubo ninguna declaratoria de independencia nacional sino un mero despegue del poder de Brasil para intentar, sin éxito por suerte, ser parte de una Argentina que toda su existencia nos ha jodido la vida desde el exterior como estos sindicatos nos la joden en el interior.



Mis estimados, a aquellos que se perturben por el uso a granel de palabras politicamente incorrectas, les aclaro que todo ha sido intencional.



Buen fin de semana

Tuesday, August 11, 2009

LA MALDAD INTRÍNSECA


LA MALDAD INTRÍNSECA


¿Viste, que cuando pongo notas de gente de izquierda, aunque digan verdades de a puño, la gente no dice nada? Hay una dicotomía cerebral del uruguayo que confunde política con intelecto, que es capaz de fusilar a un genio de un partido opositor o aplaudir al idiota de su partido... Así fusilaron a Lorca, así a José Antonio del otro lado, porque era de izquierda uno y de derechas el otro. No hemos aprendido nada, después hablamos de democracia y nos horrorizamos con las matanzas de los Balcanes. Acá es lo mismo, pero aún no hemos empezado a matarnos porque la cobardía intrínseca del criollo mataría, pero por interpósita persona, si el Estado matara por ellos, como piden pena de muerte los que jamás serían capaces de defender a balazos su vida ni la de los suyos. No, no hemos aprendido nada, llega esta época desagradable de las polarizaciones políticas y la poca racionalidad de hoy se desvanece en medios de cantos y slogans patéticos de ambos lados, ambos lados predicando la maldad del otro no sus meritos, si los tuvieran.
El hecho de negarle a gente que opina diferente la capacidad de decir algo en lo que estemos de acuerdo por encima de colores e ideologías, es la mezcla, la masa originaria de las guerras civiles, el esquema básico de los genocidios que uno a veces ve tan lejanos pero que, de darse ciertas circunstancias, una falta de control del Estado, una catástrofe, una situación límite, ninguna cultura está a salvo de experimentarlos. Así fusilamos a Leandro Gómez y degollamos en Quinteros, matamos a Pascasio Báez, a Zelmar Michelini y al Toba Gutiérrez, porque todos ellos son víctimas del odio y del desprecio hacia la otredad, dijera un inventor de palabras. Por eso, cuando veo que todos, ¡todos! o, al menos la mayoría, hablan con desprecio del partido opositor, me da algo -a veces yo mismo soy víctima de esa maldad genética intrínseca a nuestra naturaleza violenta-, siento ruido de cuchillos saliendo de su vaina y una pena tremenda porque no hemos aprendido nada y seguimos odiando más que aprendiendo a conocer la naturaleza de los otros que no son más que nosotros mismos reflejados en el espejo.
Te preguntarás por qué escribo esto justo ahora. Bien, estando en Facebook -que me gusta mucho, es un ámbito muy interesante- al publicar ciertas cosas vi eso, alharacas festejando o chillerías negando, no vi ninguna, casi ninguna, salvo la de Daniel Jorge sobre una nota de Valenti, una nota inteligente sobre Los Chacales de la fe, que está en esta edición; y otra, de un periodista de izquierda, Carlos Santiago. Ambos en sus temas demuestran eso de que no hay que estar de acuerdo política ni ideológicamente para que lo que digan se lea con respeto. La nota de Santiago va también esta semana, pero han sido ignoradas o han sido escupidas con el argumento de "está bien, pero el tipo ese...", con lo que he vuelto a sentir ese odio latente que es el huevo de la serpiente que ha parido genocidios y llantos.
Y tá, ya entendieron, espero y aún teniendo mis preferencias políticas, mis ideas que todos conocen, vuelvo a ratificar eso que muchos fascistas negros, grises y rojos piensan que es una estupidez: no dejaría de luchar por la libertad de mi opositor de poder decir lo que él cree que es la verdad. Aunque la verdad, los lúcidos sabemos y soy lúcido -es mi única virtud que proclamo-, no la tiene nadie y todos tenemos una parte de ella, una mínima parte de una verdad total que sólo los nazis, los fachos, los rojos, los bolches y los imbéciles de nacimiento creen que poseen entera y que justifica sus actos; esos que yo defino como nazis de la diaria, los pequeños comunistas pichones de KGB o de SS, que son tal para cual.
Cool! He quedado mal con todo el mundo.
Hasta la semana que viene.
Félix Obes Fleurquin

Sunday, August 09, 2009

¿A quién votaría Seregni?

¿A quién votaría Seregni?

Carlos Maggi

No es fácil para los partidarios de Astori, contestar la pregunta del título.

Dieron una batalla para evitar que Mujica fuera candidato y resultó que Mujica tiene la mayoría y manda; y eso no tiene levante.

Dentro del Frente, se construye otro frente llamado Líber Seregni. Reúne a quienes piensan de un modo opuesto al gobierno que eventualmente puede encabezar José Mujica.

¿Recordarán lo que dijo Líber Seregni, el jueves 17 de julio de 1997, en un debate público organizado por "Asamblea Uruguay"?

Seregni dijo:

- "Un gobierno progresista debe tener cuidado del enemigo interno".

"Las posibilidades de cualquier gobierno suponen un acotamiento a la libertad de acción impuesto por las limitaciones de la globalidad y la integración regional". Y recordó la situación que vivió el gobierno de Salvador Allende en Chile, como consecuencia de las "demandas irracionales y perversas de sectores extremistas que finalmente lo condujeron"... a su caída.

No se propone esta nota destacar la irracionalidad o la perversidad de los sectores extremistas. Al revés; trata de explicar las razones de cada uno, sin culpar a nadie.

Los radicales sinceros no pueden prometer que van a traicionarse.

Los radicales son íntegros; cuando dicen luchamos contra cualquier medida de corte liberal, no mienten; y cuando desprecian la libertad política, tampoco mienten. Saben qué quieren; son marxistas.

José Mujica dijo con buen estilo:

- "En medio de este tiempo incierto, lleno de renunciamientos, el verdadero triunfo de la derecha histórica es transformarnos en una derecha moderna. Ese es el peligro más hondo. Lo ha utilizado la derecha y le ha dado resultado en otras partes del mundo" (1)

La expresión "derecha moderna", quiere decir (pienso): "izquierda viable".

Los ultras no quieren ser viables, quieren ser fieles a sí mismos; aún cuando sea suicida mantenerse fijos en su "Idea-fe".

Este es el problema insalvable del Frente Amplio.

El fundamentalismo ultra no pacta ni se aparta; por eso su fuerza va más allá del número de votos que puedan tener. No voltearon a Allende contando papeletas; lo voltearon en los hechos.

Astori negoció un entendimiento con el candidato a Presidente y recibió un desaire que no merecía: Mujica le hizo llegar una esquela cortando el diálogo, cuando comprendió que no podía comprometerse. Por supuesto, eventualmente, terminará nombrándolo ministro de Economía…, para los primeros tiempos.

Fue bueno que esa ruptura se produjera a vista de todos y antes de las elecciones. Los ciudadanos tienen derecho a saber, para votar a conciencia.

Las coaliciones nunca son armónicas. Ni siquiera los partidos tienen una total armonía interna. Ni las religiones, donde de pronto surgen sectas. La disidencia es inevitable; uno mismo oscila y baraja soluciones opuestas; y muchas veces cambia de idea.

La duda cartesiana, permite borrar lo establecido y rehacer el camino hasta llegar a las grandes verdades. Sería mortal un mundo poblado por seres uniformes, que no disintieran, que no mudaran de parecer. Pero en el desentendimiento de Mujica con Astori, media algo mucho más sustancial, que impide configurar una solución.

Cuando dos personas se ven opuestas en lo más profundo (digamos: en su filosofía de vida) ya no se trata de persuadir, ni de hacer concesiones, el encontronazo es existencial abarca de arriba a abajo y obstaculiza cualquier transacción.

Una mujer inteligente y furiosa me dijo una vez:

-Yo sólo discuto con los que piensan como yo.

Y en cierto modo tenía razón: uno de los dos hubiera tenido que ser "otro", para que pudiéramos dialogar dignamente.

Por eso conviene separar lo que son opiniones divergentes, de lo que es concepción de mundo.

El primer impasse en la coalición del Frente Amplio separó adecuadamente las "opiniones" de las "concepciones"; y es un hecho que enaltece el acto eleccionario: se podrá votar conociendo las consecuencias del voto.

Esteban Valenti, con su lucidez habitual, escribió:

-"Nosotros aportamos nuestra cuota parte. La izquierda marxista (en particular el otrora poderoso Partido Comunista) se desfondó y no sólo ni principalmente en la organización y en la política, sino como referencia ideal y cultural, para grandes sectores de la izquierda. Nos aferramos a las figuras, a los valores primarios de la izquierda; y sobrevivimos, y seguimos acumulando fuerzas, votos". (2)

Me pregunto: ¿Cómo funcionará una izquierda marxista que no profesa los "valores primarios de la izquierda"? Valenti ve el riesgo inevitable y lo formula sin hundir el bisturí.

Mujica no es más de izquierda que Astori; la diferencia tampoco es económica; el abismo es filosófico y refiere a las libertades políticas.

Mujica y los gobernantes preferidos de Mujica, son transpersonalistas; sus fines están antes que las personas; y en todos los casos, los fines justifican los medios. Son absolutos.

Quienes se opongan a sus soluciones, no serán adversarios políticos, con quienes se polemiza en pie de igualdad; serán enemigos; y como tales serán tratados, a la manera de los delincuentes.

No está dentro de la concepción de Danilo Astori establecer un sistema policial. A eso se refiere Esteban Valenti, entre otras cosas, cuando habla sobriamente: de los "valores primarios de la izquierda" no marxista. En ese preciso tema, está la divergencia insalvable. En el desentendimiento de Mujica con Astori, media algo mucho más sustancial: está en juego la libertad, que Tabaré Vázquez mantuvo, para desilusión de los radicales.

La situación de Astori me trae a la memoria las declaraciones del Ministro de Economía de Salvador Allende. Carlos Matus dijo en Montevideo:

- "Cuando fui designado Ministro, llegaron a mi casa muchas personas que me dijeron: Usted es el que va a aconsejar al presidente; usted va a hacer las reglas para que todos se sientan bien; y no, amenazados.

"Yo no cumplí con esa función y ese es el cargo de conciencia que tengo".

"No la cumplí porque no pude. Hay procesos en los que uno no conduce, sino que es conducido." (3)

La Presidencia de Mujica, si gana las elecciones, estará sitiada por la misma Inquisición que desprecia al otro. Y cuanto más leal sea Mujica, mayor será el peligro para el país.

La gente de Astori, pretende organizar un Frente llamado Líber Seregni. ¿Para qué? ¿Para ser barridos de nuevo, por su propio presidente?

Seregni jamás hubiera votado por Mujica. Mujica no viene a continuar la presidencia de Vázquez; y el primero que lo tuvo claro fue el propio Tabaré. Mujica es el pasaje a otro mundo.

Astori estuvo y quedó entre la espada y la pared. Aceptó la vicepresidencia a cambio de nada para no ser responsable de la derrota.

Conozco esa angustia. Cuando Juan María Bordaberry fue el candidato de mi partido, voté por el Frente Amplio, seguí a Zelmar, sabiendo que perdíamos. A veces, ser nadie en el campo político permite hacer cosas que la notoriedad impide; se deciden entre uno y su conciencia, a solas.

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(1) Semanario Búsqueda, Montevideo, 12/10/97, pág. 12; 16/10/97, pág 12

(2) Bitácora, (19/7/09)

(3) Desgrabación de la entrevista de Sonia Breccia, Canal 5, "Hoy por hoy."

Thursday, August 06, 2009

En la fila para saltar


Una vez que me había casado de nuevo, fui a un casamiento de otro y nos tomamos con Carlitos Corradi hasta el agua de los floreros. Al volver a casa, el auto se equivocó de dirección y me llevó a la de mi anterior mujer, porque aún no habían inventado los GPS ni los pilotos automáticos para mamados. Eso fue poco después que con Daniel Muñoz, en Porto Alegre, otro auto tomara una autopista contramano después de salir de un antro llamado "Recanto da Saudade" o algo así, con una rusa que se llamaba no me acuerdo y otra con Daniel, que no era rusa y que no me acuerdo ni el color. Y dale que el auto alquilado, que no sabía dónde vivíamos, nos mete en un carril donde todos venían al revés, por esa manía de los autos de ir donde uno no quiere. Por eso no tengo auto, dijera aquel que tenía un perro de mierda con rabia. Y me gustan los aviones, trenes, barcos de motor que los de vela me marean desde que los hacía navegar en la fuente de la plaza de Carrasco, porque además no tienen olor a viaje.

Porque el viaje, no eso de turista de los que viajan por folleto o por agencia de viajes, que es como encontrar mujer por agencia de enlaces o por anuncios de periódico, es el tránsito de cualquier punto a otro en el que puedas ir pensando y leyendo y escuchando el ruido que hace el tren sobre las vías, que es el más hermoso sonido; o el zumbido de las turbinas de un avión o el golpeteo de las bielas de un barco, cuanto más mecánico mejor, porque el viaje mecánico, con más sonidos y olores, es más viaje que en esos autos modernos y amariconados que tienen más perillas y tableros de las necesarias para llegar a destino y que, encima, son silenciosos como noche en vela y huelen a casa de citas en lugar de a cuero o, al menos, pantazote de los autos grandes y mecánicos, de los trenes de cercanía o de los paquebotes humeantes de la Bahía de Hong Kong.

Porque lo bueno del viaje es el viaje y no el llegar, como lo bueno del sexo es el preámbulo y el acto y no el orgasmo, que es un embole porque ahí o te rajan o tenés que apretar la palanquita de al lado de la cama para que se abra la trampa y sea ella quien se caiga al vacío, como hace el viejo Burns en Los Simpsons con Homero cuando éste lo tiene podrido. Y sí, lo mejor del viaje y valga la redundancia, es el viaje que comienza cuando llegas tarde -siempre tengo pesadillas acerca de que no me cierran las valijas y el avión se va- al aeropuerto, a la estación o al muelle y sentís ese olor a aceite, a motores, a resaca marina, a kerosene de aviación, a metal caliente, que es lo que te lleva luego al perfume máximo que es el de un avión recién limpio y con las cocinas calentando el café que te darán después del despegue, con ese aroma a corredor entre las butacas en las que te vas a pasar muchas horas pensando en todo lo que tenías que pensar y no habías tenido tiempo o tenias a alguien tocándote el hombro con pesada insistencia para llamarte la atención.

Francamente no entiendo, están más allá de mi comprensión, aquellos que temen volar o que lo prefieren hacer en compañías que hablen su idioma. O, peor aún, en las de su país, que eso para mí es como invitar a salir de joda a una tía vieja, porque cuando te vas, tenés que hacerlo en forma radical, en idiomas que sean lo más lejanos posibles al tuyo y en trenes y aviones en los que ni entiendas ni el menú y comas a tientas, como quien toca a una mujer a oscuras para reconocerla. Porque no saber y no entender y querer conocer o atisbar todo lo nuevo, es parte del rito de pasaje que debe tener cada persona de cada tribu y cada cultura para ser cazador, para ser aceptado entre los guerreros de la aldea. Porque al volver a casa, si volvés y no hacés esa casa en cualquier lugar nuevo, tenés que quedar esperando desesperadamente, el próximo vuelo.

Por eso, muchos años antes que un estúpido auto me llevara a la casa de la esposa equivocada, tuve la oportunidad de salir en excursión organizada por los padres, con el grupo de amigos que terminábamos secundaria y me negué y allá salí en lo más exótico que había en esa época, que era Lufthansa, para empezar el viaje por París y exactamente bajarme del metro en Notre Dame y no por Madrid -que es una ciudad que no me gusta por ser una Montevideo más grande con solo los Goya del Prado para pasar medio día y salir de ahí -como hacían todas las excursiones de la época. Y a medida que pasaban los meses y los trenes que tomaba casi al azar -por esas maravillas de un Eurailpass ilimitado- me llevaban cada vez más al Norte y en idiomas en los que no entendía ni cuál era el baño de caballeros, me fui enamorando de los trenes y los ferries que usaba cada día a medida que tiraba la ropa de criollito a la basura -pantalón gris y saco azul- y me disfrazaba con los uniformes de los ejércitos de cada país que atravesaba, condecoraciones incluidas, porque esa ropa era más barata, más abrigada y más colorida que otras y hasta algún distraído me hacía la venia para mi alegría.

No sé cuándo podré de nuevo salir a viajar en esa forma, pero por las dudas, siempre tengo mis viejas botas de paracaidista compradas en una casa de surplus militar en Londres y la mochila siempre a mano, porque quién te dice que cualquier día de estos me encuentre en el pasillo de un Airbus o, mejor, en el de un viejo DC3, esperando la luz verde que me permita saltar para llegar cada vez más al Norte, si el buen viento de cola me es favorable. Imagino, tomándole al pelo a esos que dicen que cuando morís ves un túnel y una luz, que en ese día -que espero demore mucho tiempo- el túnel sea una manga de abordaje y la luz la de la cabina de Primera Clase de Lufthansa, o al menos de Air France; porque de tocarme PLUNA o Iberia, francamente prefiero irme al infierno en un 121.

Hasta la semana que viene.

Félix Obes Fleurquin