Equinox Fin de Semana

Notas de Felix Obes Fleurquin y del Semanario Equinox Fin de Semana de Uruguay

Saturday, August 02, 2008

¡El que no salta es un tupamaro!

¡El que no salta es un tupamaro!
Cómo vivíamos en la dictadura militar




Algunos afirman que la dictadura nació accidentalmente de una mezcla de gases y líquidos, tal como surgió la vida en el universo.

Otros dicen -y defienden ese argumento con vehemencia- que es el resultado de una pesadilla del Señor de las Calamidades, cuya única y visible misión era quitarnos el sueño haciendo escandalosos e intempestivos desfiles o pidiendo una participación en los gastos nacionales, cuyo monto estaba en desproporción con los dudosos servicios prestados en esa década tran triste.

Una noche, pocos años ha, mientras dormíamos, una irrupción de una brigada de asalto (y rapiñas en sus horas libres), se perpetró en la cocina.

Mi esposa entró en el preciso momento en que estaban interrogando las entrañas de un pollo, a fin -se adujo en el parte que luego dio DINARP a publicidad- de observar los augurios de la victoria o la derrota.

Cuando yo llegué, no se me ocurrió nada menos que solicitarles la orden de allanamiento.

Risas varias.

-La orden no es necesaria para los pollos -dijo uno de lentes oscuros, a punto de lanzar una carcajada.

-Pero sí para las casas, contesté.

-¿Qué casa? -me preguntó un sargento achinado, mientras limpiaba su bayoneta en el cuello de mi piyama, pinchando luego una papita del fondo de la cacerola.

-Ésta que ustedes han invadido.

-¡Oh, hemos entrado en el domicilio de un particular! -Y se le saltaban las lágrimas.

-¡Qué horror!, dijo un cabo. -Y en horas de la noche. -Y se puso coloradito de vergüenza.

-Hemos violado un hogar en horas nocturnas. -Y se miraron para luego empezar a gritar a coro: -El que no salta es un tupamaro, el que no salta es un comunoide...

-¡Saltá vo'! ¿O sos bolche?

Intervine entonces para consolar al teniente, que entre hipo y lágrima buscaba algo en los bolsillos.

-Algún papelito -decía, que justificara su presencia en la casa.

-No se moleste tanto, con toda seguirdad el Ministerio va a declarar en el Consejo, que eran las dos de la tarde.

-¿Qué es el Consejo?, me dijo, mirándome con unos ojos grandes llenos de asombro.

-¡Olvídese m'ijo, no vale la pena!

Pero esto no lo consoló y siguió llorando mientras el sargento, un hombro más vaqueano, le decía que se podía justificar la cosa, si se probara que desde el interior de la casa les habían disparado.

-Tiene razón el sargento, me dijo el teniente, sacándose los mocos del bigotito que no sobrepasaba la comisura de los labios.

-Diga usted, ¿dónde quiera la bazooca?

-¿Qué bazooca?

-Pues con la que habrá de ser en el parte, el arma con la que usted nos disparó.

-¡Ah, no, eso sí que no!

-Pero hombre -dijo amistoso el teniente, pasándome el brazo por el hombro, sólo una pequeña formalidad, no se caliente.

Me miró durito el oficial y me dijo, ya sin tono afable: -Mirá, no nos compliqués más la cosa, carajo, te voy a procesar por atentado a la ley de las Fuerzas Armadas y te voy a llevar al cuartel, qué joder con tanta vuelta.

-Mejor callate, Pepe -intervino mi esposa, mientras servía las tres docenas de huevos fritos que le había exigido la tropa que acampaba en el living. -Mejor callate, Pepe.

-Eso, macho, hacele caso a tu nena.

-No es mi nena, es... -empecé a decir.

-Así que no es la nena, ya me lo imaginaba. Fíjese, Sargento, con esa cara de degenerado, lo menos que descubrimos es una orgía, un quilombo clandestino. A ver vos, hijo de una gran puta, antes que te hagamos mierda a patadas, confesá de una vez, ¿desde cuándo explotás a la chiquilla? Dale, dale, cantá.

-Sargento: al cuartito de baño con éste, dele submarino hasta que confiese.

-Sí, señor, ¿quiere qué llame al Comando y les aviso que manden refuerzos?

-Pero si ésta es mi casa -pude gritar, mientras me ponían la capucha.

-Peor aún, sátrapa, corrupción del sacrosanto hogar.

-Pero es mi esposa -grité al borde del llanto, mientras me sumergían en el bidet.

-Horror, horror… esto es increíble, corrompe a su pobre esposa, cerdo comunista.

-Glub, glub, qué corrupción, si estamos solos, glub -pude articular, sacando un poco la cabeza del agua.

-Y esa ventana abierta.

-Qué tiene que ver.

-Ajajá, ¿se cree qué soy idiota? Pues por ahí se escaparon.

-¿Quiénes?

-Sus cómplices.

-Pero si hasta la calle hay quince pisos.

-¿Así qué también usaban helicóptero? ¿Y dónde está el permiso de vuelo? Ajá, esto es toda una organización para delinquir, bazoocas, prostíbulo, corrupción, helicóptero. Confesá bolchevique… ¿Cuánto te pagan en la embajada soviética?

-Teniente, con todo respeto, ¿me permite?

-Cállese Barbazul, castrista, ferreirista, te rompo la jeta.

Rojo de rabia, el Oficial me abofeteó y me dijo que hablara de una vez y que me dejara de dar vueltas.

-Bien -dije - yo me olvido del pollo, me olvido del allanamiento, me olvido del submarino y de los huevos fritos. Usted saca la bazooca y los explosivos del cuarto de estar, le dice a la tropa que deje de perseguir a mi mujer, salen, cierro la puerta, esperan un ratito, luego tocan timbre, me preguntan si acá vive algún tupamaro, yo les digo que no y chau. Ustedes se van al cuartel a tomar mate y a pintar palmeras de blanco y yo a dormir, ¿le parece bien?

-Me parece razonable, al fin de cuentas es tarde y tenemos muchos operativos pendientes en el barrio.

-Pero, señor… -dijo el sargento, que estaba excitadito con tanto relajo y hacía rato que no hacía un buen submarino.

-Cállese, milico bruto. No ve que hacer un informe nos va a llevar toda la noche y que además hicimos mucho ruido, capaz que hay testigos y salimos escrachados en los semanarios.

Pero, mi Teniente, a los testigos me los deja a mí -dijo el Sargento que ya se imaginaba un festival.

-Nada, nada, los tiempos han cambiado, hombre, ya no estamos en el 76, vámonos.

La desinstalación y el reflujo del regimiento a sus camiones me costó algo así como veintitrés mil quinientos nuevos pesos de baldosas rotas, parquet levantado, cañerías desmontadas e impuestos por desfiles a domicilio, que los de la calle son gratis, me dijeron, pero si uno quiere ver desfilar un buen regimiento en su propia casa y encima de noche, debe pagar bien. No protesté, pese a que me quedé en duda sobre el artículo de la Constitución de Afganistán, que me citaron a título de jurisprudencia.

Salieron y cerré la puerta.

Sonó el timbre.

Abrí la puerta.

-Muy buenas noches, ciudadano, pasábamos por acá, vimos luces en la ventana y le digo al Sargento, ¿por qué no le preguntás a ese buen señor si vio algún tupamaro por acá? Y bien, ya ve, aquí nos tiene.

-Es un placer.

-¿Le sería molestia si el señor nos dice si vio algún tupa por acá?

-Pero Oficial, qué molestia ni qué molestia, es un placer colaborar con las Fuerzas del Orden, acá no se vio nunca un enemigo de la democracia.

¿Está seguro, señor? Miró bien en los roperos, revisó el garaje, debajo de la cama quizás, algún amigo suyo que no se note? Mire usted, que son tan ladinos que a veces se hacen pasar hasta por familiares, si yo le cuento que un primo mío…

-Otro día me cuenta, hombre. No, definitivamente no, aquí solo estamos mi mujer y yo. ¿Puedo ir a dormir ahora?

-Pues claro, señor, faltaba más. Y para terminar, ¿podría usted darnos una cedulita de identidad, algo, un carné de vacuna, cualquier documento? Es para poner su nombre en el parte, sabe.

Se la di y él la miró concienzudamente.

-Ajá, muy bien, muy bien, todo en orden.

Parecía casi desilusionado y cometí el error de preguntarle: ¿El teniente desea algo más?

La esperanza brilló en sus ojitos.

-Bueno, ya que usted lo dice, sabrá el señor que las Fuerzas Amadas también se dedican a combatir la delincuencia económica.

-¡Ah! Qué bien -dije en un hilito de voz.

-¿Tiene usted dólares falsos, declaraciones de impuestos adulteradas, cuentas bancarias en el extranjero o comprobantes de coimas?

-¡Nooo! Los dólares que tengo son buenos, yo...

-A ver, a ver, a ver esos billetitos...

Se los di y desaparecieron en sus manos.

-Hum, parecen buenos, pero por las dudas me los confisco, para que en el Comando los revisen bien, tome este recibo.

-Pero Teniente, ¡¡yo le di 2.500 dólares!!

-Sí y ¿qué pasa?

-Que usted me dio un recibo por 500 pesos.

-¿Conoce el señor algo de economía, acaso el señor no ha estado en alguno de los cursillos de divulgación que da el Ministro Arismendi?

-No, no, lo vi en la tele. Pero ¿qué tiene que ver?

-Pues que como las meridianas enseñanzas del Ministro lo han demostrado, cuando le devolvamos lo que usted nos dio, eso valdrá exactamente 500 pesos.

-Pero...

-Mire jefe, no joda, la está sacando barata, ¿sabe?

Ese argumento y la 45 que empezó a acariciar con la mano derecha, más la silenciosa promesa de otro submarino, me hicieron desistir de seguir la cosa.

-Buenas noches señor, cierre la puerta y recuerde que acá no pasó nada, ¿ta?

-¡Pepe!

-¡Callate, imbécil! ¿Quién te dio permiso de hablar?

-¡Pero, Pepe...!

-¡Tarada, una palabra y te estrangulo, estúpida! ¿Qué te habrás creído? ¡Aquí mando yo, qué joder!

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