No queda sino batirnos
No queda sino batirnos
No queda sino batirnos, mi Capitán
Destrabe el herrerillo de la capa, meta la mano a la espada, el Malatesta enfrente,
no queda otra que batirnos, que demostrar con espada la hombría,
no sea puto Usted, Vuesencia, no se deje, no baje la guardia, Excelencia,
no va quedando otra que batirse y morir cada noche,
Capitán Alatriste, porque en estas murallas morimos como en las faldas de una hembra,
en Ostende o en Breda, por Angélica o por otra, por un puñal o un beso en la espalda,
sangre que, según Don Francisco, no hay más salida que batirse,
una mano en la daga, la otra en la empuñadura del hierro,
el cuerpo encima, la mecha del arcabuz encendida,
no queda sino batirse en esta noche de hierros y de luna,
donde no hay más espacio que una puñalada en el vientre, que una espada en la espalda.
No hay más nada, Capitán, tu espada y tu grito de: "¡A mí esa bala!"
No dejan más lugar
y no me hace mella,
te veo parado de frente, con rabia por tu Rey
y dejo por un momento la mecha encendida,
casi en un grito, frente a Breda, lo pintará Velázquez en sus lanzas,
estás entre banderas, Capitán con tu fiel infantería,
esa noche de luna, en el culo del mundo,
sereno mientras el tambor del tercio bate a morir por un rey que es el tuyo.
El tercio de Cartagena avanza, redobla el tambor,
porque de flojos y maricones el cielo está lleno, así como de aspirantes a santos y especialistas en quedar bien con unos y otros,
y ahí, de balde, Angélica de Alquézar y Tánger Soto, hembras de fuste,
te ponen los cuernos a ti, criollo de quinta, indigno de nada,
que llegada la hora del fierro, te has quedado cobarde,
mirando tus guampas bajo la luna, cobarde, sin meter mano a tu espada.
No queda sino batirse, si fueras un hombre.
No queda sino batirnos, mi Capitán
Destrabe el herrerillo de la capa, meta la mano a la espada, el Malatesta enfrente,
no queda otra que batirnos, que demostrar con espada la hombría,
no sea puto Usted, Vuesencia, no se deje, no baje la guardia, Excelencia,
no va quedando otra que batirse y morir cada noche,
Capitán Alatriste, porque en estas murallas morimos como en las faldas de una hembra,
en Ostende o en Breda, por Angélica o por otra, por un puñal o un beso en la espalda,
sangre que, según Don Francisco, no hay más salida que batirse,
una mano en la daga, la otra en la empuñadura del hierro,
el cuerpo encima, la mecha del arcabuz encendida,
no queda sino batirse en esta noche de hierros y de luna,
donde no hay más espacio que una puñalada en el vientre, que una espada en la espalda.
No hay más nada, Capitán, tu espada y tu grito de: "¡A mí esa bala!"
No dejan más lugar
y no me hace mella,
te veo parado de frente, con rabia por tu Rey
y dejo por un momento la mecha encendida,
casi en un grito, frente a Breda, lo pintará Velázquez en sus lanzas,
estás entre banderas, Capitán con tu fiel infantería,
esa noche de luna, en el culo del mundo,
sereno mientras el tambor del tercio bate a morir por un rey que es el tuyo.
El tercio de Cartagena avanza, redobla el tambor,
porque de flojos y maricones el cielo está lleno, así como de aspirantes a santos y especialistas en quedar bien con unos y otros,
y ahí, de balde, Angélica de Alquézar y Tánger Soto, hembras de fuste,
te ponen los cuernos a ti, criollo de quinta, indigno de nada,
que llegada la hora del fierro, te has quedado cobarde,
mirando tus guampas bajo la luna, cobarde, sin meter mano a tu espada.
No queda sino batirse, si fueras un hombre.
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