LA PERSISTENCIA DE ...
La persistencia de...
Iba a escribir algo sobre la estupidez como aglutinante de la sociedad uruguaya actual, no la de antes, no la que vendrá, sino de la que ha hecho que el país no tenga ni derechas ni izquierdas serias ni confiables, porque de la interacción de ambas en poder y oposición es el mecanismo de los estados liberales; éste no lo es, no lo fue y es muy posible que no lo sea y que no pase de un mercantilismo cerril y provincial, una sociedad senil que habla de cosas que pasaron y ajusta y pide cuentas una y otra vez en lugar de mirar hacia adelante. Pero no, no se puede batir el parche del tambor con esto porque creo que la sociedad hoy, estancada en un loop de sistema fallado ni lo entiende ni lo recibe ni, lo que es peor, capta la gravedad de la situación.
Ale y otros amigos me piden que no escriba más de política, que cuente de pulpos, cafeterías y amores, de universos a descubrir, de galaxias a parir; y tienen razón, porque al escribir de esos temas estoy entreteniendo a un público culto, saturado de problemas, harto de quejas, público adulto y exigente que sabe lo que yo sé, lo que todos los que estamos despiertos sabemos: que es que esto no funciona y más vale hablar de café y salpicones de mariscos porque así la cosa no nos aplasta y nos deja espacio espiritual para crear algo, hacer algo, pensar algo, pero no.
La persistencia podría escribir de la memoria o de la lealtad a ciertos recuerdos y lugares y perfumes, la persistencia de imágenes a toda velocidad en una carretera hacia el este una y otra vez, la persistencia de ciertas músicas, en sus infinitas variaciones, repitiéndose cada vez diferentes pero similares, con ritmos y notas diferentes a medida que el tiempo crece, avanza y nos hace ver el mundo con los ojos cada vez más abiertos, quizás de eso, quizás pero no.
La persistencia de la lealtad, dije así casi recién, sí, de la lealtad de la amistad sin condiciones, de la aceptación del otro como diferente, absolutamente diferente, distinto, pero sólido como una roca porque en esa persistencia está la base de toda una vida: hijos, amigos, raíces, colegas, amores de juventud y amores de invierno, todos ellos diferentes pero todos ellos unidos por la famosa persistencia del título, una continuidad de afectos, gestos y sonrisas que nos hacen fuertes en los momentos en que tontamente pensamos que vamos a bajar los brazos. Pero no, no los bajamos y rehacemos las filas, nos reordenamos, cubrimos las bajas y seguimos hacia arriba, hacia adelante, porque no hay otra salida que hacia adelante. Sí.
Me gusta estar acá, me gusta este territorio que me fastidia con su estupidez, pero lo quiero; me pone de un humor de mierda un viernes pero el sábado ordeno las cosas, pateo un par de culos como un sargento mal humorado a su tropa haragana y hago, hacemos todos, cada día complicado, que la máquina de pensar piense de nuevo, que para eso está y no para lloriquear sobre lo que no hay, sino para aprovechar las infinitas posibilidades que uno tiene por el sólo hecho de estar vivo, respirando, viendo la Luna de fin de año, por haber comprado jazmines y haberlos dado a tu hija, haberle sonreído con esfuerzo para que no note el temor que tenemos los viejos al cambio y salir de nuevo, otra vez, colina arriba, como le gusta a Ego, caladas bayonetas, hacia el frente.
La persistencia uruguaya en la nulidad de los temas, una sociedad idiota que habla del olor a repollo de una planta maravillosa que enriquece a una zona que olía a carne podrida, balanceada por la persistencia de un país que puede, no dije podría, digo que puede ser espectacular porque viendo Pan y Circo, observamos el barrio cuatro semanas y sus pobres; pero sepan que esos pobres con derecho a vivir, son pobres a la uruguaya, pobres que tienen identidad, todos ustedes lo vieron en sus espacios de intimidad y sus servicios de agua y cable y luz robado pero que existen, nadie se los corta y todos los bancamos por ellos y está así básicamente bien.
No son ni por lejos pobres amontonados al costado de la vía del tren sin ni siquiera dos latas que los cubran como en Singapur, Malasia o Birmania. Esto es Uruguay, aún estamos en el límite de poder dar una vuelta de campana y hacer, en un lapsus de inteligencia, de este país una sociedad rica. Aún hay tiempo, creo, creo de alma, que aún hay tiempo.
Sí, hay tiempo, por mis hijos y por los hijos de mis hijos, debo creer que lo hay. Y por ello, Ale, me siento obligado a escribir sobre esto porque siento la responsabilidad de tener que hacer algo para poder darle una vuelta y no ser eternamente unos viejos intelectuales que escriban para su placer o para su gusto estético, sino para poder hacer algo para los que en un día o en una noche, con la mujer aquella que nos hizo tocar el cielo con las dos manos hace mil milones de años, trajimos a este planeta navegante al sur de esta galaxia.
La persistencia de las cosas que solemos querer son aquellas que nos hacen seguir en la línea cada día, aún pese a nosotros mismos.
Hasta la semana que viene.
Félix Obes Fleurquin
felixobes@gmail.com
Iba a escribir algo sobre la estupidez como aglutinante de la sociedad uruguaya actual, no la de antes, no la que vendrá, sino de la que ha hecho que el país no tenga ni derechas ni izquierdas serias ni confiables, porque de la interacción de ambas en poder y oposición es el mecanismo de los estados liberales; éste no lo es, no lo fue y es muy posible que no lo sea y que no pase de un mercantilismo cerril y provincial, una sociedad senil que habla de cosas que pasaron y ajusta y pide cuentas una y otra vez en lugar de mirar hacia adelante. Pero no, no se puede batir el parche del tambor con esto porque creo que la sociedad hoy, estancada en un loop de sistema fallado ni lo entiende ni lo recibe ni, lo que es peor, capta la gravedad de la situación.
Ale y otros amigos me piden que no escriba más de política, que cuente de pulpos, cafeterías y amores, de universos a descubrir, de galaxias a parir; y tienen razón, porque al escribir de esos temas estoy entreteniendo a un público culto, saturado de problemas, harto de quejas, público adulto y exigente que sabe lo que yo sé, lo que todos los que estamos despiertos sabemos: que es que esto no funciona y más vale hablar de café y salpicones de mariscos porque así la cosa no nos aplasta y nos deja espacio espiritual para crear algo, hacer algo, pensar algo, pero no.
La persistencia podría escribir de la memoria o de la lealtad a ciertos recuerdos y lugares y perfumes, la persistencia de imágenes a toda velocidad en una carretera hacia el este una y otra vez, la persistencia de ciertas músicas, en sus infinitas variaciones, repitiéndose cada vez diferentes pero similares, con ritmos y notas diferentes a medida que el tiempo crece, avanza y nos hace ver el mundo con los ojos cada vez más abiertos, quizás de eso, quizás pero no.
La persistencia de la lealtad, dije así casi recién, sí, de la lealtad de la amistad sin condiciones, de la aceptación del otro como diferente, absolutamente diferente, distinto, pero sólido como una roca porque en esa persistencia está la base de toda una vida: hijos, amigos, raíces, colegas, amores de juventud y amores de invierno, todos ellos diferentes pero todos ellos unidos por la famosa persistencia del título, una continuidad de afectos, gestos y sonrisas que nos hacen fuertes en los momentos en que tontamente pensamos que vamos a bajar los brazos. Pero no, no los bajamos y rehacemos las filas, nos reordenamos, cubrimos las bajas y seguimos hacia arriba, hacia adelante, porque no hay otra salida que hacia adelante. Sí.
Me gusta estar acá, me gusta este territorio que me fastidia con su estupidez, pero lo quiero; me pone de un humor de mierda un viernes pero el sábado ordeno las cosas, pateo un par de culos como un sargento mal humorado a su tropa haragana y hago, hacemos todos, cada día complicado, que la máquina de pensar piense de nuevo, que para eso está y no para lloriquear sobre lo que no hay, sino para aprovechar las infinitas posibilidades que uno tiene por el sólo hecho de estar vivo, respirando, viendo la Luna de fin de año, por haber comprado jazmines y haberlos dado a tu hija, haberle sonreído con esfuerzo para que no note el temor que tenemos los viejos al cambio y salir de nuevo, otra vez, colina arriba, como le gusta a Ego, caladas bayonetas, hacia el frente.
La persistencia uruguaya en la nulidad de los temas, una sociedad idiota que habla del olor a repollo de una planta maravillosa que enriquece a una zona que olía a carne podrida, balanceada por la persistencia de un país que puede, no dije podría, digo que puede ser espectacular porque viendo Pan y Circo, observamos el barrio cuatro semanas y sus pobres; pero sepan que esos pobres con derecho a vivir, son pobres a la uruguaya, pobres que tienen identidad, todos ustedes lo vieron en sus espacios de intimidad y sus servicios de agua y cable y luz robado pero que existen, nadie se los corta y todos los bancamos por ellos y está así básicamente bien.
No son ni por lejos pobres amontonados al costado de la vía del tren sin ni siquiera dos latas que los cubran como en Singapur, Malasia o Birmania. Esto es Uruguay, aún estamos en el límite de poder dar una vuelta de campana y hacer, en un lapsus de inteligencia, de este país una sociedad rica. Aún hay tiempo, creo, creo de alma, que aún hay tiempo.
Sí, hay tiempo, por mis hijos y por los hijos de mis hijos, debo creer que lo hay. Y por ello, Ale, me siento obligado a escribir sobre esto porque siento la responsabilidad de tener que hacer algo para poder darle una vuelta y no ser eternamente unos viejos intelectuales que escriban para su placer o para su gusto estético, sino para poder hacer algo para los que en un día o en una noche, con la mujer aquella que nos hizo tocar el cielo con las dos manos hace mil milones de años, trajimos a este planeta navegante al sur de esta galaxia.
La persistencia de las cosas que solemos querer son aquellas que nos hacen seguir en la línea cada día, aún pese a nosotros mismos.
Hasta la semana que viene.
Félix Obes Fleurquin
felixobes@gmail.com
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