Equinox Fin de Semana

Notas de Felix Obes Fleurquin y del Semanario Equinox Fin de Semana de Uruguay

Friday, February 08, 2008

El día de la muerte


El día de la muerte

El día que de repente se murió sin saber que eso le pasa a cualquier persona a la hora menos esperada, así de golpe, estaba pensando qué hacer con su vida después del lavado meticuloso de sus dientes, cosa que hacía cada mañana, alrededor de las 9:00, siempre y cuando estando vivo pudiera poner pasta en el cepillo y proceder al lavado, de derecha a izquierda en ese orden establecido por años de calculada rutina.

Murió de golpe, mientras la canilla del agua fría, que había abierto como al descuido, largaba con parsimonia mecánica un chorro que él nunca terminó de ver, pues su mano que movía el cepillo, de un segundo a otro, perdió todo contacto con la realidad y lo dejó caer. Y mientras él, sorprendido por ese suceso imprevisto, pensaba si debía recogerlo, atajarlo en su caída hacia las baldozas del baño o simplemente ser espectador imparcial de un hecho fuera de sus cálculos matinales, se dio cuenta que su corazón dejaba de latir al ritmo previsto y caía en picada hacia un inoportuno infarto, del que él había escuchado sucede en cualquier momento, pero nunca a uno mismo sino a otro y, sorprendido, molesto por morir en horas en las que debía seguir viviendo, se fue en forma deshilachada, cayendo al piso con una mueca de fastidio por el inoportuno hecho.

Mientras moría, distante de pensamientos trascendentes que él había creído una vez que tenían que haber en el día de la muerte, trató de articular un pensamiento que debía quedar para siempre, perdido e inconexo en una pila de expedientes de alguna oficina pública de algún estado, quizás en algún punto del universo, puede ser que, atomizado y batido, mezclado con bites y byts y átomos y moléculas, en la sonrisa matinal de alguno de los dioses en los cuales él en algún momento infantil de su vida hubiera querido creer que existían, cosa de no morir así de golpe pasando a la nada en un santiamén, sin pena ni gloria.

Así las cosas, mientras que el cuerpo que él había usado para vivir esa vida única e irrepetible, el cuerpo tan cuidado pero de repente un inútil artefacto descompuesto, un roto aparato biológico que no tenía garantía y que lo dejaba, cepillo en mano, la pasta de dientes en el aire, y que caía como una piedra rumbo a su encuentro violento con una superficie impávida e indiferente a todo los éxitos y fracasos y amores y frustraciones de su vida y que, rebotando su cráneo contra ella, dejando una marquita de sangre que la limpiadora debería limpiar la mañana antes del velorio, de forma meticulosa cosa que su familia -que sería informada horas más tarde para llegar vestida de luto en toda forma- no tuviera que encontrar marcas en el piso de su partida repentina.

Mientras su cerebro, ya falto de sangre, colapsaba y dejaba de dar órdenes coherentes al resto de su cuerpo, función que, seamos sinceros, no había funcionado muy correctamente en su lapso vital, periodo de su existencia que no administró correctamente y que, pensando que su periodo de juventud, lejos de ser un hecho fortutito, le iba durar una eternidad, derrochó en estupideces genitales, aventuras financieras y viajes a lugares a los que de no haber ido; no hubiera perdido nada de lo que hubiera ganado de haberse quedado cuidando las tres buenas cosas que cada persona obtiene de la vida si tiene buena suerte y viento a favor. Cayó en forma ruidosa, se partió la cabeza que alojaba su cerebro contra la canilla del agua caliente, cosa que no fue muy dramática porque, a esas alturas, ya estaba más muerto que una momia de un museo y poco le podía importar semejante estropicio.

Apagado en el piso del baño, el que quería, pensó una vez haber caído con gloria y fanfarria, quedó impávido sin saberlo ya a esa altura de los acontecimientos, indiferente, con una involuntaria solemnidad teñida de ridículo ya que no había tenido tiempo de ponerse los calzoncillos y su cuerpo exánime, culo al aire, sería descubierto por la mirada sorprendida de su familia o, quizás, ya no tenía caso, de una de sus hijas que probablemente y con piedad, le vistiera de traje para ser velado de forma digna, apagado, roto, desconectado, masa inerte de moléculas, átomos que una vez amaron, odiaron, fueron contradictorios, dijeron cosas sublimes y estúpidas, átomos que dieron a luz una multitud de hijos y cosas que se perderían en la nada, él, en el último segundo, sonrió, pensó que sonreía y desapareció del universo de forma tan graciosa como había llegado muchos años antes, el día que sus padres enamorados lo hicieron.

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