Equinox Fin de Semana

Notas de Felix Obes Fleurquin y del Semanario Equinox Fin de Semana de Uruguay

Friday, August 06, 2004

HIROSHIMA MON AMOUR



HIROSHIMA MON AMOUR

A cincuenta y nueve años de Hiroshima y estando el mundo en plena euforia antiamericana justificadamente exarcerbada por el pésimo gobierno de Estados Unidos en manos de un mediocre que llegó al poder por fraude y que es mantenido por sus socios de negocios, se lee en toda la prensa bien pensante y oportunista de izquierda y derecha, una lluvia de lágrimas sobre la supuesta barbaridad criminal de Estados Unidos al lanzar dos bombas atómicas sobre Japón, país agresor, a fin de terminar de una vez por todas una guerra.

Y no estoy de acuerdo con tanta tontería bien intencionada y mal informada.
El motivo de tanta chillería por este acto de guerra totalmente justificado dentro de la lógica de un conflicto, es especialmente destacado y denostado por las siguientes razones:
1. Que el explosivo en cuestión no era una o muchas bombas convencionales sino uno diferente, lo que ha hecho desde 1945 que no sea el hecho de haber matado tantas personas sino el hecho de haberlas matado de un golpe, como en el cuento del Sastrecillo Valiente, lo que ha disparado el terror popular. En Dresden, en Berlín, en San Petersburgo, en Stalingrado, en Madrid, en Rwanda, en Tesalonia, Macedonia, Persia y en Samarkanda, en miles de años de guerras han muerto más civiles en condiciones más horrorosas y menos instantáneas que en Hiroshima, pero nadie hoy dice que sean algo más que "Horrores de la Guerra" como Goya los pintara, y que en toda guerra se dan y darán. No es la cantidad de muertos, sino la calidad y forma de su muerte, tan súbita, tan fuera de libreto.
2. La bomba o las bombas fueron lanzadas por los americanos, los "chicos malos" de hoy gracias a un mal gobierno; y los malos de siempre de toda la izquierda global, el coro de ranas y renacuajos que croa para ellos desde los sectores intelectuales que son su vanguardia en las sociedades modernas. Los rusos mataron de a poquito y no de golpe en esa misma guerra -con armas convencionales hechas con base a pólvora y no a átomos- a más alemanes, checos, polacos, rusos blancos, ucranianos, cosacos, eslovacos, rumanos, húngaros, letones, lituanos, finlandeses y estones, y nadie en el planeta sale a decir anualmente, salvo los directamente perjudicados -que tienen todo el derecho- que eso es un crimen especial de guerra sino que son horrores de la misma. El acto es condenable especialmente porque es un acto norteamericano.
Un soldado americano que mata a un enemigo es un criminal; un ruso, un héroe de la Unión Soviética para esta gente, aunque su víctima haya sido una señora alemana en Bremen y ésta fuera violada antes de clavarle la bayoneta.
Por eso, si bien Hiroshima debe ser un hito, lo debe ser como advertencia -y así sí es comprensible- de lo que pudo haber sido una guerra atómica en la que la velocidad del daño y su entidad no diera tiempo a recapacitar y a retroceder. Por Hiroshima y Nagasaki es que NO HUBO Tercera Guerra Mundial, ya que nadie estaba dispuesto a tirar la primera bomba y a recibir la segunda.
Ese bombardeo, decidido luego de largas cavilaciones por el Presidente Truman, fue lo que terminó rápidamente la guerra en el frente del Pacífico y evitó la invasión de Japón y los miles de miles más de americanos y japoneses que habrían muerto en una lucha casa por casa y calle por calle, como los americanos habían enfrentado en Saipán, Filipinas, Iwo Jima y cada isla que cada vez más cerca de la metropolí japonesa se defendía hasta la muerte del último civil y militar.
Hiroshima en su horror instántaneo y apabullante no sólo evitó la guerra siguiente que hubiera estallado entre Occidente y Unión Soviética por el control de Europa -y que alguien me contradiga de que la Guerra Fría no pasó a caliente sino hubiera sido por el mutuo terror al holocausto nuclear- sino que terminó de un golpe la Segunda Guerra Mundial, advirtiendo a Japón, que era parte del Eje que había sumido al planeta en una guerra de seis años, que se rendía o dejaba de existir. Truman se negó a tirarla sobre Tokyo ya que lo que se buscaba por Estados Unidos era el fin de la guerra y no la aniquilación del enemigo, para que el Emperador lo supiera y bajara los brazos.
De haberla tenido la Unión Soviética, la hubiera tirado sobre Berlín sin el menor reparo; de haberla tenido Hitler, hubieran volado por los aires Moscú, Londres, París, New York y Washington. No la tuvieron ellos en un momento en que todos los poderes estaban a punto de tenerla, era cuestión de tiempo. Damos las gracias que fue Estados Unidos el primero en tenerla y por eso hoy no hablamos alemán ni ruso como segunda lengua, ni hacemos el saludo nazi ni nos envían a un Gulag en Siberia por no estar de acuerdo con el poder.
Por eso, Hiroshima como advertencia debe ser recordada, no como crimen ni como leif motiv de una campaña visceral anti americana en que cada año, dependiendo de cuantas estupideces el gobierno de Estados Unidos haga -y las hace sin duda- el coro de ranas croe más o menos fuerte.
El dolor de esos muertos por una guerra mundial no debe opacar la razón y no debe ser utilizado espúreamente por quienes poco le importan los muertos de cualquier guerra ya que según de qué lado y a manos de quién hayan caído, son útiles o no a sus actuales fines políticos y filosóficos.
Esos mismos que lloran hoy por esos muertos, nada han dicho días atrás por los miles de muertos en Varsovia poco antes, mientras el ejército polaco se levantaba en armas contra los nazis y era masacrado por estos, ya que los rusos del otro lado del río así lo querían para llegar a Varsovia e instalar un gobierno títere suyo sin la oposición ni presencia de los únicos que habían enfrentado al alemán que ocupaba Polonia. No hay que ser nabo y no hay que dejarse utilizar.
Hasta la semana que viene.
Félix Obes Fleurquin

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