Esta noche misteriosa que te he tenido en mis brazos
Lo dedico a mi prima Eloísa que envía material para mejorar mis sueños, y a mi amigo Antonio Xavier que es mi banco de memoria y recuerdos.
UN PICNIC HACE 23.000 AÑOS EN EL VIAJE HACIA LAS ESTRELLAS
"Esta noche misteriosa que te he tenido en mis brazos", pensaba el pescador hace 23.000 años en el mar de Galilea, mirando a su mujer dormida, apenas iluminada por el fuego, mientras tallaba en una gran espina del pescado las marcas y los rasgos de su pareja para que miles de años después, entre los huesos fosilizados de ella, encontráramos ese objeto.
Siempre me resultó curioso que Antonio llevara consigo esa talla en la que, con mucha voluntad y más imaginación, uno podía ver una boca sonriendo, quizás la forma de un seno, una mujer sin duda, una venus prehistórica de tantas, que mi amigo había heredado y cuya historia inventaba. ¿Qué podíamos saber de hechos de esa época no escrita, sino deducir que sólo un hombre tallaría a una mujer, que sólo lo haría de noche pues eran las únicas horas de relativa calma y que de hacerlo, lo hubiera hecho para representar en ese hueso algo que le era importante o que lo había conmovido?
Por muchos años no supe nada de esa tribu o quizás de ese grupo de cazadores que hacían su camping hace 23.000 años y del que Antonio sabía, por haber estado por menesteres propios de su cargo en Israel muchísimo tiempo -mucho antes que Eloísa mi prima que dedica días a buscar para todos nosotros navegantes curiosos, material para desentrañar algunos aspectos de la historia me lo enviara hace algunas horas, lo van a ver en su columna- y a mí me hiciera un click la memoria y le escribiera al viejo Coronel preguntándole si ese sitio no tenía relación con su comentario de hace un tiempo.
Sin haber sido confirmado por Xavier digo que sí, me arriesgo a afirmar contra toda prueba científica que, al final, el cazador pescador de Galilea es el artista enamorado que una noche dedicó unas horas a inmortalizar el cuerpo y figura de su compañera y a legarlo a un par de imaginativos personajes que la rescatarían del olvido y lograrían que todos supieran de ella, de él.
Me arriesgo a esto ya que en esa época otros cazadores por la faz del planeta labraban en hueso, en piedra y en lo que a mano tenían y siempre por las noches en sus campamentos y guaridas, pues siempre junto a esas estatuillas llamadas "Venus" -ya he escrito de la de Lespuges- se han encontrado restos de fogatas, de carbón y de enseres de la vida diaria; y lo hacían por determinada mujer, quizás su ideal, quizás su pareja, quizás una de sus crías, porque ya latía en ellos la llama del amor al haber dejado en millones de años de tediosa y trabajosa evolución, de estar únicamente preocupados de comer y de no ser comidos. En ese precario sentido de la eternidad que tenían en el comienzo de nuestra carrera hacia las estrellas, iban, quizás sin saberlo, dejando pistas para la historia; la empezaban a escribir en esas tallas, a pintar en las paredes de sus cavernas, a tallarla en las piedras.
Estaban matando la muerte y el olvido como hacemos cada día aquellos que sabemos de la precariedad de nuestro pasaje y que dejamos pistas de nuestras pequeñas vidas, que son más valiosas que los monumentos de faraones y emperadores, ya que se hacen mientras se vive para que, quizás como en el cuento de Ray Bradbury, "EL Picnic de un millón de años" de Crónicas Marcianas, otra generación, otra raza, otra especie, descubra como el amigo Antonio una sonrisa nuestra en un escrito, en una imagen -probablemente de una mujer, dedicada a ella o a muchas si hemos tenido esa bendición- para que al menos un instante de nuestra vida llegue más allá de nosotros, a esa gente que estará cada vez más cerca de llegar a las estrellas porque ese y no otro, es nuestro destino.
Todo lo demás es transitorio, molestias del viaje, imperfecciones que vamos corrigiendo como la naturaleza se corrige a sí misma y deja por ahí, como en ese viejo celacanto o en esas viejas teorías e ideologías fracasadas, una seña de un camino cerrado que ha dado paso a otro y más allá a otros miles que nos impulsan hacia nuestro objetivo.
Hasta la semana que viene,
Félix Obes Fleurquin
En una noche de mansa lluvia, escuchando el sonido de las estrellas, junio del 2004, un año lleno de esperanzas.
felixobes@gmail.com
Otro hombre más al norte
Un hombre, una vez
hace miles de miles de años
y es un tema recurrente que me gusta
pues en el inicio estaba todo
y vuelve como una avalancha genética
sentado al pie de un risco
con el fuego recién descubierto
y cansado de correr con los lobos que más tarde serían perros,
miraba una estrella sin saber que era estrella
sólo era para él una luz fría y lejana
y pensaba.
UN PICNIC HACE 23.000 AÑOS EN EL VIAJE HACIA LAS ESTRELLAS
"Esta noche misteriosa que te he tenido en mis brazos", pensaba el pescador hace 23.000 años en el mar de Galilea, mirando a su mujer dormida, apenas iluminada por el fuego, mientras tallaba en una gran espina del pescado las marcas y los rasgos de su pareja para que miles de años después, entre los huesos fosilizados de ella, encontráramos ese objeto.
Siempre me resultó curioso que Antonio llevara consigo esa talla en la que, con mucha voluntad y más imaginación, uno podía ver una boca sonriendo, quizás la forma de un seno, una mujer sin duda, una venus prehistórica de tantas, que mi amigo había heredado y cuya historia inventaba. ¿Qué podíamos saber de hechos de esa época no escrita, sino deducir que sólo un hombre tallaría a una mujer, que sólo lo haría de noche pues eran las únicas horas de relativa calma y que de hacerlo, lo hubiera hecho para representar en ese hueso algo que le era importante o que lo había conmovido?
Por muchos años no supe nada de esa tribu o quizás de ese grupo de cazadores que hacían su camping hace 23.000 años y del que Antonio sabía, por haber estado por menesteres propios de su cargo en Israel muchísimo tiempo -mucho antes que Eloísa mi prima que dedica días a buscar para todos nosotros navegantes curiosos, material para desentrañar algunos aspectos de la historia me lo enviara hace algunas horas, lo van a ver en su columna- y a mí me hiciera un click la memoria y le escribiera al viejo Coronel preguntándole si ese sitio no tenía relación con su comentario de hace un tiempo.
Sin haber sido confirmado por Xavier digo que sí, me arriesgo a afirmar contra toda prueba científica que, al final, el cazador pescador de Galilea es el artista enamorado que una noche dedicó unas horas a inmortalizar el cuerpo y figura de su compañera y a legarlo a un par de imaginativos personajes que la rescatarían del olvido y lograrían que todos supieran de ella, de él.
Me arriesgo a esto ya que en esa época otros cazadores por la faz del planeta labraban en hueso, en piedra y en lo que a mano tenían y siempre por las noches en sus campamentos y guaridas, pues siempre junto a esas estatuillas llamadas "Venus" -ya he escrito de la de Lespuges- se han encontrado restos de fogatas, de carbón y de enseres de la vida diaria; y lo hacían por determinada mujer, quizás su ideal, quizás su pareja, quizás una de sus crías, porque ya latía en ellos la llama del amor al haber dejado en millones de años de tediosa y trabajosa evolución, de estar únicamente preocupados de comer y de no ser comidos. En ese precario sentido de la eternidad que tenían en el comienzo de nuestra carrera hacia las estrellas, iban, quizás sin saberlo, dejando pistas para la historia; la empezaban a escribir en esas tallas, a pintar en las paredes de sus cavernas, a tallarla en las piedras.
Estaban matando la muerte y el olvido como hacemos cada día aquellos que sabemos de la precariedad de nuestro pasaje y que dejamos pistas de nuestras pequeñas vidas, que son más valiosas que los monumentos de faraones y emperadores, ya que se hacen mientras se vive para que, quizás como en el cuento de Ray Bradbury, "EL Picnic de un millón de años" de Crónicas Marcianas, otra generación, otra raza, otra especie, descubra como el amigo Antonio una sonrisa nuestra en un escrito, en una imagen -probablemente de una mujer, dedicada a ella o a muchas si hemos tenido esa bendición- para que al menos un instante de nuestra vida llegue más allá de nosotros, a esa gente que estará cada vez más cerca de llegar a las estrellas porque ese y no otro, es nuestro destino.
Todo lo demás es transitorio, molestias del viaje, imperfecciones que vamos corrigiendo como la naturaleza se corrige a sí misma y deja por ahí, como en ese viejo celacanto o en esas viejas teorías e ideologías fracasadas, una seña de un camino cerrado que ha dado paso a otro y más allá a otros miles que nos impulsan hacia nuestro objetivo.
Hasta la semana que viene,
Félix Obes Fleurquin
En una noche de mansa lluvia, escuchando el sonido de las estrellas, junio del 2004, un año lleno de esperanzas.
felixobes@gmail.com
Otro hombre más al norte
Un hombre, una vez
hace miles de miles de años
y es un tema recurrente que me gusta
pues en el inicio estaba todo
y vuelve como una avalancha genética
sentado al pie de un risco
con el fuego recién descubierto
y cansado de correr con los lobos que más tarde serían perros,
miraba una estrella sin saber que era estrella
sólo era para él una luz fría y lejana
y pensaba.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home