La Argentina como espectáculo
La Argentina como espectáculo
Manuel Flores Silva
¡Ay, si pudiéramos alquilar balcones al resto del mundo para mirar Argentina de cerca! Es un país cuya diva sex symbol está pertrechada de semejante artilugio masculino, a lo que tiene perfecto derecho, claro. Pero es un caso de devoción sexual masiva algo peculiar. Cuyo deportista emblemático se pasó la vida consumiendo drogas, en medio del delirio de las masas. Uno de cuyos goles más festejados es uno que metió con la mano. Y un país, por lo demás, que ama el autoritarismo.
El país K, hijo del odio.
El presidente Kirchner no podría presidir ningún país civilizado del mundo. Manejó su país a los gritos. Está decibélicamente deslegitimado para conducir cualquier cosa que no sea una tribu. Enfatiza mal sus oraciones de modo que resalta, por ejemplo, las inexpresivas preposiciones o, aún, las comas. No resulta en un tipo que grita. Sino en un tipo que imita mal a uno que grita. Y siempre contra alguien. Porque si algo necesitan los Kirchner es un enemigo, no un adversario, a quien odiar. Tanto que se lo viven inventando. Son gente de amigos poderosos y muy ricos y de enemigos en las sombras. Tanto que no sabemos nunca bien quiénes son, más que categorías conceptuales algo abstractas, tipo "los colonialistas", objeto del coro, el otro día, de los patoteros de Luis D'Elía. Y categorías además erróneas, pues es claro que son los pequeños productores y no los grandes, los "duros" contra el gobierno en este conflicto.
Cristina vende algo igualmente falso. Le agrega histeria. Y quiere, todavía, disfrazar el paquete con cierto intelectualismo. Todo lo que se le opone, ella cree que no es legítima discrepancia sino que, en realidad, busca reponer a Videla en el poder. Tapizaron Buenos Aires estos días con ese argumento y con la foto del dictador. Al Videla de cuyo gobierno, paradójicamente, los Kirchner no estuvieron tan lejos. Sin embargo, a la clásica deslegitimación del adversario, propia del populismo autocrático, cree que la jerarquiza agregándole alguna expresión propia de seminario politológico, tipo "calidad de la democracia", "construcción de instituciones", etc. Autoritarismo, pues, increíblemente enmascarado -sólo Argentina- de lenguaje de seminario institucionalista.
Para los Kirchner, entonces, una invitación al diálogo no es que tú pienses diferente y vamos a ver cómo logramos congeniar, sino que tú-sos-un genocida, que querés-que-vuelva-Videla, que, aunque no tengas dientes, sos un claro oligarca-colonialista, al que ya te mandé pegar por el gordo matón éste que se sienta al lado mío en los mítines (D'Elia) y, como yo-soy-buena-, si te bajás bien los pantalones, yo dialogo contigo. Es la curiosa invención del diálogo como una categoría final de la humillación del otro. El diálogo concebido como el sagrado derecho del prójimo a la rendición incondicional inmediata.
Así como el marido es un orador impresentable en cualquier tribuna del mundo -que por lo menos se daba cuenta de ello y no se exponía en el orbe, salvo en la selva del Amazonas- la señora es impresentable como intelectual.
Los Kirchner conservan de su era menemista la práctica de esa época de construir fortunas personales tan grandes como inexplicables. Su forma de criticar al capitalismo es, curiosamente, la de acumular -desvergonzada y groseramente- el capital.
Balcón al cambalache.
Todos los argumentos que estos días los Kirchner han usado contra los cortes de rutas son más válidos todavía, obviamente, para aplicar contra los cortes de las rutas internacionales con el Uruguay. Cortes que, sin embargo, ellos fomentan y financian. Pese a que sus propios estudios de impacto vienen arrojando que la fábrica de celulosa de Uruguay, produciendo a pleno, no contamina nada. NADA. Pura manija. Manija y patota: kirchnerismo.
A la oposición se le manda un patotero fascista como D'Elía -subsecretario de Estado hasta hace unos meses, que debió renunciar por su apoyo a los autores del atentado al AMIA (viajó a Irán a apoyarlos)- quien le rompe la cara a la gente impunemente frente a las cámaras, método que la Presidenta profesa para manejar su país o, por lo menos, a la sociedad civil. La vieja receta argentina de la mazorca. Ese pensamiento excluyente y anti tolerante que no permite que la Argentina cuaje como proyecto de nación, puesto que unos argentinos siempre niegan rotundamente a otros, según la tesis de Nicolás Shumway en "La invención de la Argentina": la preeminencia de la visión antinómica y maniqueísta entre los argentinos es tal, que hace imposible convalidar exitosamente una nacionalidad.
No importa nada, sin embargo. La Argentina no quiere pensar en eso sino que se evade de sí misma a través, por ejemplo, del escándalo del último video sobre una "fellatio" de Wanda Nara con su ex novio y ello sí tiene rating soberano. O discutir si la pierna artificial de su principal productor es de madera o de platino.
¿Cuándo se jodió el Perú?, se dice en un relato de Vargas Llosa. ¿Cuándo se jodió la Argentina?, cabe preguntarse. Un argentino lúcido -porque cuando un argentino sale lúcido en el mundo se sabe que es difícil competir con él- Juan José Sebreli, piensa, en "El asedio a la modernidad", que ello ocurrió cuando Hipólito Irigoyen hizo clerical y de complacencia militarista a la reforma radical y secularizante, en otros lados laica, de principios de siglo. Por mala influencia de Krause y a diferencia de Uruguay, donde nada incidió Krause, dice Sebreli. La supérstite alianza de la espada y la cruz dejó ancladas las negaciones del pasado. Los uruguayos tenemos que imaginarnos a un José Pedro Varela clerical y a un José Batlle y Ordóñez militarista para comprender porqué la ilustración argentina de comienzos de siglo XX frustró el proyecto nacional. O, siguiendo la lógica de la reflexión de Sebreli, ¿dónde estarían México o España si la revolución mexicana o Felipe González hubiesen sido clericales y militaristas? Esta tesis hace sospechoso, claro, a Irigoyen. Debe ser más complejo el asunto, sin embargo. Los suicidios de Leandro Alem y de Lisandro de la Torre, preñados de inviabilidad nacional, tal vez, ayuden a explicarlo. O el asesinato de Urquiza, que tendía puentes entre las dos Argentinas. De todos modos, ser populista en la época de Perón -la gente sin ciudadanía social a causa del fracaso del proyecto anterior- tenía alguna lógica. Hoy es un mamarracho al que se le nota el falsete.
Quiero decir, Argentina siempre ha sido un producto cultural en contradicción y crisis -desde que envenenaron a Mariano Moreno, por lo menos- pero la tan pronunciada caída de su identidad en las últimas tres décadas la saca del mundo. Convierte al propio país en lo que allí llaman "una joda de Tinelli" (la primer paradoja o chiste es llamarse Argentina en alusión a la plata, un metal precioso que nunca produjeron: ya el nombre es pura apariencia). Este batido de puñetazos de D'Elía con fondo en Wanda Nara, montaje en Antonini Wilson y sonido de cleptócratas, de asalto permanente a las instituciones cuyos dineros se vacían y sus reglas de juego se agitan al timbre de los gritos de Néstor o los gallos de Cristina, la Argentina de las lolas más grandes del mundo, de las cifras desorbitadamente falsas del instituto de estadísticas, de un Secretario de Comercio que gobierna con revólver y de la mayor cantidad de cirugías plásticas por kilómetro cuadrado, todo ello, digo, como producto cultural, no puede sino terminar mal. Tienen, por si faltaba algo, AMIAs trancados y ovaciones guturales a Galtieri mal resueltas.
Los Kirchner habitan el sueño mesiánico como si éste los hubiera estado esperando desde siempre. Llegan al gobierno y todo va económicamente bien. Son mesías pasados por la confirmatoria prueba del nueve. Como si el aumento de los precios internacionales de las materias primas -que coloca esos precios a un nivel que no se conocía desde 1845, esto es, sus cotizaciones han arrasado con siglo y medio de deterioro de los términos de intercambio- fuera mérito de ellos. Como si Cristina en persona hubiera despertado -a la hora de la siesta y con sus cirujeteados encantos- al gigante dormido de China para que aumentando la demanda mundial hiciese subir los precios de los "commodities". La recaudación fiscal les aumenta, entonces, por un factor exógeno un 8% por año (en términos constantes) y dale que va. Creen que lo único que faltaba para que el mundo se arreglara era que ganaran ellos y se pusiera en marcha "la escalera mecánica del progreso" (el sarcasmo es de Doris Lessing en "El sueño más dulce"). Consecuencia evidente, la solución es que ganen siempre ellos. D'Elía y Cristina le llaman democracia.
Manuel Flores Silva
¡Ay, si pudiéramos alquilar balcones al resto del mundo para mirar Argentina de cerca! Es un país cuya diva sex symbol está pertrechada de semejante artilugio masculino, a lo que tiene perfecto derecho, claro. Pero es un caso de devoción sexual masiva algo peculiar. Cuyo deportista emblemático se pasó la vida consumiendo drogas, en medio del delirio de las masas. Uno de cuyos goles más festejados es uno que metió con la mano. Y un país, por lo demás, que ama el autoritarismo.
El país K, hijo del odio.
El presidente Kirchner no podría presidir ningún país civilizado del mundo. Manejó su país a los gritos. Está decibélicamente deslegitimado para conducir cualquier cosa que no sea una tribu. Enfatiza mal sus oraciones de modo que resalta, por ejemplo, las inexpresivas preposiciones o, aún, las comas. No resulta en un tipo que grita. Sino en un tipo que imita mal a uno que grita. Y siempre contra alguien. Porque si algo necesitan los Kirchner es un enemigo, no un adversario, a quien odiar. Tanto que se lo viven inventando. Son gente de amigos poderosos y muy ricos y de enemigos en las sombras. Tanto que no sabemos nunca bien quiénes son, más que categorías conceptuales algo abstractas, tipo "los colonialistas", objeto del coro, el otro día, de los patoteros de Luis D'Elía. Y categorías además erróneas, pues es claro que son los pequeños productores y no los grandes, los "duros" contra el gobierno en este conflicto.
Cristina vende algo igualmente falso. Le agrega histeria. Y quiere, todavía, disfrazar el paquete con cierto intelectualismo. Todo lo que se le opone, ella cree que no es legítima discrepancia sino que, en realidad, busca reponer a Videla en el poder. Tapizaron Buenos Aires estos días con ese argumento y con la foto del dictador. Al Videla de cuyo gobierno, paradójicamente, los Kirchner no estuvieron tan lejos. Sin embargo, a la clásica deslegitimación del adversario, propia del populismo autocrático, cree que la jerarquiza agregándole alguna expresión propia de seminario politológico, tipo "calidad de la democracia", "construcción de instituciones", etc. Autoritarismo, pues, increíblemente enmascarado -sólo Argentina- de lenguaje de seminario institucionalista.
Para los Kirchner, entonces, una invitación al diálogo no es que tú pienses diferente y vamos a ver cómo logramos congeniar, sino que tú-sos-un genocida, que querés-que-vuelva-Videla, que, aunque no tengas dientes, sos un claro oligarca-colonialista, al que ya te mandé pegar por el gordo matón éste que se sienta al lado mío en los mítines (D'Elia) y, como yo-soy-buena-, si te bajás bien los pantalones, yo dialogo contigo. Es la curiosa invención del diálogo como una categoría final de la humillación del otro. El diálogo concebido como el sagrado derecho del prójimo a la rendición incondicional inmediata.
Así como el marido es un orador impresentable en cualquier tribuna del mundo -que por lo menos se daba cuenta de ello y no se exponía en el orbe, salvo en la selva del Amazonas- la señora es impresentable como intelectual.
Los Kirchner conservan de su era menemista la práctica de esa época de construir fortunas personales tan grandes como inexplicables. Su forma de criticar al capitalismo es, curiosamente, la de acumular -desvergonzada y groseramente- el capital.
Balcón al cambalache.
Todos los argumentos que estos días los Kirchner han usado contra los cortes de rutas son más válidos todavía, obviamente, para aplicar contra los cortes de las rutas internacionales con el Uruguay. Cortes que, sin embargo, ellos fomentan y financian. Pese a que sus propios estudios de impacto vienen arrojando que la fábrica de celulosa de Uruguay, produciendo a pleno, no contamina nada. NADA. Pura manija. Manija y patota: kirchnerismo.
A la oposición se le manda un patotero fascista como D'Elía -subsecretario de Estado hasta hace unos meses, que debió renunciar por su apoyo a los autores del atentado al AMIA (viajó a Irán a apoyarlos)- quien le rompe la cara a la gente impunemente frente a las cámaras, método que la Presidenta profesa para manejar su país o, por lo menos, a la sociedad civil. La vieja receta argentina de la mazorca. Ese pensamiento excluyente y anti tolerante que no permite que la Argentina cuaje como proyecto de nación, puesto que unos argentinos siempre niegan rotundamente a otros, según la tesis de Nicolás Shumway en "La invención de la Argentina": la preeminencia de la visión antinómica y maniqueísta entre los argentinos es tal, que hace imposible convalidar exitosamente una nacionalidad.
No importa nada, sin embargo. La Argentina no quiere pensar en eso sino que se evade de sí misma a través, por ejemplo, del escándalo del último video sobre una "fellatio" de Wanda Nara con su ex novio y ello sí tiene rating soberano. O discutir si la pierna artificial de su principal productor es de madera o de platino.
¿Cuándo se jodió el Perú?, se dice en un relato de Vargas Llosa. ¿Cuándo se jodió la Argentina?, cabe preguntarse. Un argentino lúcido -porque cuando un argentino sale lúcido en el mundo se sabe que es difícil competir con él- Juan José Sebreli, piensa, en "El asedio a la modernidad", que ello ocurrió cuando Hipólito Irigoyen hizo clerical y de complacencia militarista a la reforma radical y secularizante, en otros lados laica, de principios de siglo. Por mala influencia de Krause y a diferencia de Uruguay, donde nada incidió Krause, dice Sebreli. La supérstite alianza de la espada y la cruz dejó ancladas las negaciones del pasado. Los uruguayos tenemos que imaginarnos a un José Pedro Varela clerical y a un José Batlle y Ordóñez militarista para comprender porqué la ilustración argentina de comienzos de siglo XX frustró el proyecto nacional. O, siguiendo la lógica de la reflexión de Sebreli, ¿dónde estarían México o España si la revolución mexicana o Felipe González hubiesen sido clericales y militaristas? Esta tesis hace sospechoso, claro, a Irigoyen. Debe ser más complejo el asunto, sin embargo. Los suicidios de Leandro Alem y de Lisandro de la Torre, preñados de inviabilidad nacional, tal vez, ayuden a explicarlo. O el asesinato de Urquiza, que tendía puentes entre las dos Argentinas. De todos modos, ser populista en la época de Perón -la gente sin ciudadanía social a causa del fracaso del proyecto anterior- tenía alguna lógica. Hoy es un mamarracho al que se le nota el falsete.
Quiero decir, Argentina siempre ha sido un producto cultural en contradicción y crisis -desde que envenenaron a Mariano Moreno, por lo menos- pero la tan pronunciada caída de su identidad en las últimas tres décadas la saca del mundo. Convierte al propio país en lo que allí llaman "una joda de Tinelli" (la primer paradoja o chiste es llamarse Argentina en alusión a la plata, un metal precioso que nunca produjeron: ya el nombre es pura apariencia). Este batido de puñetazos de D'Elía con fondo en Wanda Nara, montaje en Antonini Wilson y sonido de cleptócratas, de asalto permanente a las instituciones cuyos dineros se vacían y sus reglas de juego se agitan al timbre de los gritos de Néstor o los gallos de Cristina, la Argentina de las lolas más grandes del mundo, de las cifras desorbitadamente falsas del instituto de estadísticas, de un Secretario de Comercio que gobierna con revólver y de la mayor cantidad de cirugías plásticas por kilómetro cuadrado, todo ello, digo, como producto cultural, no puede sino terminar mal. Tienen, por si faltaba algo, AMIAs trancados y ovaciones guturales a Galtieri mal resueltas.
Los Kirchner habitan el sueño mesiánico como si éste los hubiera estado esperando desde siempre. Llegan al gobierno y todo va económicamente bien. Son mesías pasados por la confirmatoria prueba del nueve. Como si el aumento de los precios internacionales de las materias primas -que coloca esos precios a un nivel que no se conocía desde 1845, esto es, sus cotizaciones han arrasado con siglo y medio de deterioro de los términos de intercambio- fuera mérito de ellos. Como si Cristina en persona hubiera despertado -a la hora de la siesta y con sus cirujeteados encantos- al gigante dormido de China para que aumentando la demanda mundial hiciese subir los precios de los "commodities". La recaudación fiscal les aumenta, entonces, por un factor exógeno un 8% por año (en términos constantes) y dale que va. Creen que lo único que faltaba para que el mundo se arreglara era que ganaran ellos y se pusiera en marcha "la escalera mecánica del progreso" (el sarcasmo es de Doris Lessing en "El sueño más dulce"). Consecuencia evidente, la solución es que ganen siempre ellos. D'Elía y Cristina le llaman democracia.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home