San Marco en invierno del '69
San Marco en invierno del '69
La primera vez que llegué a San Marco fue en un día de invierno del '69, tenía 22 años y había recorrido media Europa a dedo y en tren, gracias a un Eurailpass que me había regalado mi padre.
Hacía frío y estaba muerto de hambre porque en ese primer viaje a Europa comía el desayuno de los hostales para estudiantes y me bancaba todo el día a fuerza de pan y salchichas en Alemania o de pizza en Italia, en donde, una vez llegado a la estación de tren en Mestre, Venecia, salí caminando para tomar el vaporetto y llegar a San Marco, donde mi viejo me había pedido que estando en ella, me sacara una foto en un café al que él aún no había llegado y que, según mi padre, era el punto de inflexión de cada viajero que llegara a la Serenísima: el Florian.
Hacía frío, caía aguanieve y Venecia estaba en el luto invernal, llena de gente de todo el mundo y un uruguayo que la caminaba desde su hostal de décima a comederos para mochileros, hasta que llegaron mis amigos que venían en una excursión de esas con todo pago: el Andy Maroglio, el Pony Gerona, Germaine, Anahid Bonjour y sus padres; y una gorda argentina insoportable que sólo hablaba de Seven Up, no sabía quién era un Dux ni en qué ciudad estaba y que clamaba para ir a bailar cuando en Venecia no se iba a bailar porque aún no existían ni las "discos" ni nada, sólo había tabernas con cantarolas de esas que me espantan.
Aún así, a esa edad no capté del todo a Venecia, mujer experimentada, puta vieja y galante que te agarra y te hace suyo; años después, con Ivonne, la madre de Maxi y un par de comparsas -que no sabían ni dónde estaba el sur ni el norte- llegamos a San Marco otra vez y yo, con 32 años, ya con el italiano domado, sabía qué ruta hacer, qué ver... Y ahí, ese año, me enamoré de Venecia, en un momento, sentado en el balconcito de un hotel mirando al Gran canal, sentí que ese lugar, esa laguna, eran como mi París, un lugar mío, un lugar afuera del tiempo, un lugar al que volvería siempre.
Años más tarde, en el '82, con mi padre, le manejé un auto a Venecia a través de los Alpes para llegar a tiempo para la fiesta de los fuegos artificiales de San Genaro o algún santo que no me acuerdo ni es relevante hoy y ahí, ese buen año, en un hotel mirando al Gran Canal, vimos Venecia como se debe ver, cenamos en el Florian y ahí sentados, mi padre y yo, tomando un café y unas copas, descubrimos en ese café la magia de una ciudad.
Veo la foto de Virginia en San Marco, su video frente al Café Florian y siento el calor del recuerdo. Me gusta saberla en el mismo escenario que yo estaba a su misma edad, con las mismas sorpresa y alegría de estar en un punto de inflexión de la vida... y eso me hace inmensamente feliz porque veo que la ruta que voy dejando se va llenando de sueños y de expectativas y que todo lo que he hecho es un camino que mis hijos -mi única riqueza, lo único que me importa- quizás, si quieren, seguirán.
En San Marco, ese día de frío del '69, mi querido Andy Maroglio y yo, sentados en una góndola, cagados de frío y de hambre, con caras de pendejitos, sonreímos a la cámara de Germaine; un rato después, alucinados, recorrimos la Piazza.
Mi hija les envía sus fotos desde el mismo lugar; todo empieza y termina ahí.
Hasta la semana que viene.
Félix Obes Fleurquin
felixobes@gmail.com
PS Maxi volando en este momento de nuevo a Suecia; el chico me salió bien, capaz me supera mis horas de vuelo.
La primera vez que llegué a San Marco fue en un día de invierno del '69, tenía 22 años y había recorrido media Europa a dedo y en tren, gracias a un Eurailpass que me había regalado mi padre.
Hacía frío y estaba muerto de hambre porque en ese primer viaje a Europa comía el desayuno de los hostales para estudiantes y me bancaba todo el día a fuerza de pan y salchichas en Alemania o de pizza en Italia, en donde, una vez llegado a la estación de tren en Mestre, Venecia, salí caminando para tomar el vaporetto y llegar a San Marco, donde mi viejo me había pedido que estando en ella, me sacara una foto en un café al que él aún no había llegado y que, según mi padre, era el punto de inflexión de cada viajero que llegara a la Serenísima: el Florian.
Hacía frío, caía aguanieve y Venecia estaba en el luto invernal, llena de gente de todo el mundo y un uruguayo que la caminaba desde su hostal de décima a comederos para mochileros, hasta que llegaron mis amigos que venían en una excursión de esas con todo pago: el Andy Maroglio, el Pony Gerona, Germaine, Anahid Bonjour y sus padres; y una gorda argentina insoportable que sólo hablaba de Seven Up, no sabía quién era un Dux ni en qué ciudad estaba y que clamaba para ir a bailar cuando en Venecia no se iba a bailar porque aún no existían ni las "discos" ni nada, sólo había tabernas con cantarolas de esas que me espantan.
Aún así, a esa edad no capté del todo a Venecia, mujer experimentada, puta vieja y galante que te agarra y te hace suyo; años después, con Ivonne, la madre de Maxi y un par de comparsas -que no sabían ni dónde estaba el sur ni el norte- llegamos a San Marco otra vez y yo, con 32 años, ya con el italiano domado, sabía qué ruta hacer, qué ver... Y ahí, ese año, me enamoré de Venecia, en un momento, sentado en el balconcito de un hotel mirando al Gran canal, sentí que ese lugar, esa laguna, eran como mi París, un lugar mío, un lugar afuera del tiempo, un lugar al que volvería siempre.
Años más tarde, en el '82, con mi padre, le manejé un auto a Venecia a través de los Alpes para llegar a tiempo para la fiesta de los fuegos artificiales de San Genaro o algún santo que no me acuerdo ni es relevante hoy y ahí, ese buen año, en un hotel mirando al Gran Canal, vimos Venecia como se debe ver, cenamos en el Florian y ahí sentados, mi padre y yo, tomando un café y unas copas, descubrimos en ese café la magia de una ciudad.
Veo la foto de Virginia en San Marco, su video frente al Café Florian y siento el calor del recuerdo. Me gusta saberla en el mismo escenario que yo estaba a su misma edad, con las mismas sorpresa y alegría de estar en un punto de inflexión de la vida... y eso me hace inmensamente feliz porque veo que la ruta que voy dejando se va llenando de sueños y de expectativas y que todo lo que he hecho es un camino que mis hijos -mi única riqueza, lo único que me importa- quizás, si quieren, seguirán.
En San Marco, ese día de frío del '69, mi querido Andy Maroglio y yo, sentados en una góndola, cagados de frío y de hambre, con caras de pendejitos, sonreímos a la cámara de Germaine; un rato después, alucinados, recorrimos la Piazza.
Mi hija les envía sus fotos desde el mismo lugar; todo empieza y termina ahí.
Hasta la semana que viene.
Félix Obes Fleurquin
felixobes@gmail.com
PS Maxi volando en este momento de nuevo a Suecia; el chico me salió bien, capaz me supera mis horas de vuelo.
1 Comments:
At 6/21/2007 3:59 AM, carlitos said…
Suecia qué gran país... recuerdo con nostalgia mis días de servicio militar allá en el 2003 en el Norrlandsdragonregemente K4 Arvidsjaur... ¡Qué épocas!
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