Y ese día...
Y ese día...
"Y ese día, como una luciérnaga que brillase un instante en el aire sereno de la noche, como una de esas brevísimas estrellas fugaces que atraviesan el cielo y cumplen los deseos más íntimos de quienes llegan a verlas, habré vuelto a existir en este mundo. Y todos los esfuerzos habrán valido la pena."
Ni me acuerdo de quién es la frase de arriba, si es mía, si es robada a alguien sin darme cuenta, prestada, tomada, como nada es creado de cero (eso no existe) todo es un permanente retomar temas. Virgilio de Homero, Dante de Virgilio, Borges de Dante, Juan Culo de Borges y de Juan Culo a Joe Pindongas hasta mí, todo es un continuo retomar.
Cuando escribimos, copiamos aun sin saberlo. Galeano, que es un pedante que se cree que crea, copia a Patoruzú en estado de coma y el mismo Arturo Pérez-Reverte está releyendo a Julio Verne y a Conrad mientras escucho a Gustavo Cerati en Urbana y escribo sobre resplandores impulsado por él y creo a Pavel y a Xavier padre, Xavier hijo y Xavier espíritu santo; estamos Fagúndez y yo reinventando la historia y volviéndola a contar de otra forma o tocando la misma melodía en otra octava más alta.
Un hombre nacido de ameba, de una mujer hija de tanto resplandor galáctico a la sombra de una estrella nacida de esporas; su madre, un pez jurásico que salía a tomar el sol de la tardecita; su abuela, una medusa enamorada de un celacanto; y éste, que le era infiel con un tetradoplus, tatarabuelos del pintor de Altamira, todos eran de la cadena de poetas una parte, un eslabón, un enlace que comenzaría con el estallido de una nova hace mil putísimos años luz y de cuya ola de protones aún estamos recibiendo las instrucciones de cómo manejar el universo.
No hemos inventado nada, sólo hemos repetido gestos de por aquello que encontré en tus ojos, esos que de sorpresa bien abiertos hace 400.000 años me vieron salir del agua del planeta océano para tomar las tierras secas y poblarlas de bichitos que respiraban aire y escribían poemas a medianoche escuchando rock'n roll.
Años más tarde, en las grutas de Lescaux, una ameba devenida en Homo Sapiens, luego de haber inventado a Dios a la hora del té, pintaba maravillas en esa catedral de piedra y dejaba en ocres y rojos el recuerdo de la cacería del día anterior, en una bitácora de miles de años, para que un arqueólogo, otra tarde, disfrutara ese mail desde el pasado y lo llevara a su código actual, por sólo aquello que ese hombre enamorado había pintado por divertirse.
Quizás, es un mero "quizás", en miles de letras y palabras que uno escriba, haya algo de originalidad. Yo, leyendo Planete un poema de un francés que él dedicaba a la Venus de Lespuges y que empezaba con la frase: "Isla de carne, caricia de ala", quizás yo, leyendo eso le dije a alguien, a través del tiempo, una y mil veces como en una letanía personal, algo que probablemente sea mi aporte a la cadena de seguimiento que arranca en Altamira y seguirá para siempre, que será seguida por poetas en naves hacia Marte y desde Marte a Epsilon 24. "Siento tu presencia detrás mío y no quiero darme vuelta para encontrar a mis espaldas nada más que un espacio vacío."
Creo que esa frase, mis queridos amigos, es mi personal aporte a la cadena interminable y de ser así, me siento más que complacido.
Hemos creado a Dios, hijo de nuestros temores y lo hemos puesto a cargo de un Universo que le queda grande como Francia le quedaba holgada a Luis XVI; hemos creado a Zeus, a Jehova y a Alá el Altisimo, a Morris West y a Madonna y hemos creado estatuas y monolitos a nuestra semejanza y los hemos adorado y a ellos sacrificado las horas del día. Y a esas horas les hemos dedicado catedrales y mezquitas y dolmenes para sólo obtener como respuesta silencio del silencio.
Pero hay algo, una sola cosa que en toda esa mitología de lechugas cósmicas y papas y ayatolas y rabinos no estaba previsto porque las religiones se habían hecho machistas y adoradoras de padres celestiales, que era una mujer a la hora de la medianoche.
¿Qué otra sensación de eternidad hay además de una mujer sonriendo en la oscuridad de la habitación?
No esperaba tanto resplandor, sigue diciendo Cerati. Y ese día, ese día mágico, sigue siendo el día interminable de la creación y la cadena de escribidores.
Nos vemos.
Félix Obes Fleurquin
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