Equinox Fin de Semana

Notas de Felix Obes Fleurquin y del Semanario Equinox Fin de Semana de Uruguay

Sunday, June 06, 2010

6 DE JUNIO 1944/1984/2010 UN POEMA EN ESA NOCHE DE NORMANDÍA

6 DE JUNIO 1944/1984/2010
UN POEMA EN ESA NOCHE DE NORMANDÍA



"Les sanglots longs des violons de l'automne, blessent mon coeur d'une langueur monotone"

Claude Lucien se sobresaltó al escuchar ese poema en su radio. Estaba escuchando la BBC de londres en el sótano de su granja, cerca de Vierville, donde horas después desembarcaría parte del más formidable ejército que alguna vez cruzara el mar para liberar Europa en la que sin duda, si hubo alguna vez, una "Guerra Justa", esta lo fue.

Saltó de su silla, subió el volumen de la radio para cerciorarse de que había escuchado bien, aun a riesgo de que alguna patrulla alemana lo descubriera y fusilara en el acto, y volvió a escuchar la frase de un poema de Paul Verlaine que el locutor repetía una y otra vez y que en código significaba para la Resistencia, que los Aliados estaban en camino y que los franceses debían comenzar de inmediato la demolición de puentes y vías férreas establecidos de antemano y esperar esa noche a los paracaidistas de avanzada, británicos y americanos (las famosas Divisiones 82 y 101 inmortalizadas en Band of Brothers), que las 0.15 del 6 de junio de 1944 llegarían para tomar puntos claves y apoyar a las tropas que en el llamado DÍA D, en la Operación Overlord, llegarían masivamente.

Claude salió disparado hacia la granja vecina donde habían convenido reunirse y se puso a hacer aquello para lo cual había estado esperando tantos años de sombras, tantos años de furia contenida, de humillación y de horror. Simultáneamente, a todo lo largo de Francia, especialmente en la zona de Normandía, miles de mujeres y hombres que habían escuchado ese magnífico poema elegido como señal de liberación, se ponían en marcha. Ese Ejército de las Sombras como lo llamara uno de mis héroes favoritos, Jean Moulin, a quien casi 40 años más tarde puse una rosa roja en su tumba del Panteón de París antes de salir yo también hacia Normandía.

Esa noche de junio de 1944, hace hoy 66 años, a la misma hora que escribo esto, un soldadito español que había luchado por la República en Teruel, Madrid y que había tenido la fortuna de haber llegado a Marruecos antes que la larga noche franquista cayera sobre España, para alistarse en la Legión Extranjera de Francia, estaba navegando junto con otros casi 200 voluntarios españoles hacia las costas de Francia. Ese soldadito se llamaba Manuel Xavier, padre de mi amigo Antonio, y que como uno más de la tripulación del vehículo acorazado bautizado "Madrid" haría la guerra y tendría una larga y feliz vida, con suficiente tiempo para contarle a su hijo sobre lo que había vivido ese día.

Manuel, que como Antonio era aficionado a la poesía, hubiera asentido con una sonrisa de haber sabido esa noche que el mismísimo General De Gaulle, en uno de sus tantos y espléndidos caprichos, había seleccionado esa frase que ha pasado a la historia como un mensaje de esperanza. Sin embargo, el Sargento Helmut Friedrich, de la División Acorazada 1 de las SS al mando de Sepp Dietrich que estaba a cargo de analizar las transmisiones de la BBC, al escuchar aburrido el poema de Verlaine, lo tomó y no podía ser de otra forma, como otro de los miles de mensajes que para el no tenían el más remoto significado (La Tía Agnes está en casa, La flor roja es más hermosa, etc.) y ni se movió de su silla, lo que a la postre le costaría la vida unas horas más tarde cuando el Maquis de Claude Lucien irrumpiera en su casamata y lo degollara silenciosamente e interrumpiera su aburimiento para siempre.

Mientras manejaba hacia Normandía el 5 de junio de 40 años después, para sacarme las ganas de estar un 6 de junio en la Playa Omaha, en Vierville -ese lugar en donde comienza la película "Buscando al Soldado Ryan" y que podría recorrer después de haber leído sobre él desde que Ernie Pyke en "Hora Cero" a mis 15 años me hiciera comprender que mas allá de ser el lugar de una batalla, era uno de esos Lieu Sacré -Lugar Sagrado- en los que uno debe entrar con respeto y en donde más allá de un paisaje uno debe estar alerta para sentir el mensaje de gloria que una generación de chicos habían dejado en el aire y en la arena, en las rocas y en el agua, su miedo, su terror, sus risas, el ruido de los disparos, los gritos. Y efectivamente asi fue.

Manuel Xavier le contaría a Antonio que, pese a haber desembarcado en otra playa en donde para su fortuna hubo menos resistencia, terminada la guerra volvió a Normandía y ese lugar le produjo más impacto que los otros. Aún en el año 84, y seguramente hoy, los restos de las fortificaciones y las heridas que nunca se han cicatrizado y que han sido dejadas así en respeto a ese día, producen, como en mi caso, la misma sensación de estar entrando a un templo, la misma que sentí aun siendo fervoroso partidario de la Repuúlica Española, al entrar al Alcázar de Toledo donde un grupo de héroes del bando opuesto dejó estampada para siempre en esas piedras, la marca de su heroísmo.

Afortunadamente, el 5 de junio anocheció lluvioso y gris y digo esto ya que eso nos evitaría la muchedumbre de turistas del día siguiente y era un escenario más adecuado para mi llegada. Graciela a esa altura estaba más que podrida de tanques, mapas de batallas, bunkers, museos militares, de sacarme fotos encima de un monumento, encima de una muralla, por lo que esa noche en vísperas del 6, se decidió a mirar en la TV cualquier cosa que la sacara del tema miltar, por lo que yo, que ya me había hecho íntimo del viejo dueño del Hotel Casinó -no recuerdo su nombre, pero sabía de estos temas más que yo y como a mí le gustaba darle matraca al asunto- después que cerrara el restaurant del hotel trajo una botella de Calvados y la tomamos alegremente como si nos conociéramos de toda una vida. Sobre las 4 de la mañana se abrieron las nubes y la luna, la misma luna de 64 años atrás, apareció en el cielo de Normandía.

En ese momento fue cuando recordé los cuentos de Xavier sobre su padre, le comenté a mi amigo sobre el poema de Verlaine y este normando coloradote por naturaleza y por el efecto de años de buen Calvados, se pone de pie mirando la Playa Omaha y recita con voz firme:

Les sanglots longs
des violons
de l'automne
blessent mon coeur
d'une langueur
monotone.

Tout suffocant
et blême, quand
sonne l'heure.
je me souviens
des jours anciens,
et je pleure...

Et je m'en vais
au vent mauvais
qui m'emporte
de çà, de là,
pareil à la
feuille morte...

Luego, como buenos entusiastas y bastante mamados, liquidamos la botella y cantamos La Marsellesa un par de veces hasta que su esposa le gritó desde una ventana y nos fuimos a dormir en estado de gloria. Detrás nuestro, entre la bruma, en la arena y la marea que ya cubría la playa, miles de sombras agradecidas de nunca ser olvidadas, sonrieron bajo esa luna que, intermitente entre las nubes, iluminaba los restos de aquellas murallas que ellos habían tomado en un día como hoy, hace 66 años.

Hasta la semana que viene.

Félix Obes Fleurquin

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