No queda sino batirnos, mi Capitán

A mi admirado Arturo Perez  Reverte
Destrabe el herrerillo de la capa, meta  la mano a la espada, el Malatesta enfrente,
 no queda otra que batirnos, que demostrar  con espada la hombría,
 no sea puto Usted, Vuesencia, no se deje,  no baje la guardia, Excelencia,
 no va quedando otra que batirse y morir  cada noche,
 Capitán Alatriste, porque en estas  murallas morimos como en las faldas de una hembra,
 en Ostende o en Breda, por Angélica o por  otra, por un puñal o un beso en la espalda,
 sangre que, según Don Francisco, no hay  más salida que batirse,
 una mano en la daga, la otra en la  empuñadura del hierro,
 el cuerpo encima, la mecha del arcabuz  encendida,
 no queda sino batirse en esta noche de  hierros y de luna,
 donde no hay más espacio que una puñalada  en el vientre, que una espada en la espalda.
 No hay más nada, Capitán, tu espada y tu  grito de: "¡A mí esa bala!"
 No dejan más lugar
 y no me hace mella,
 te veo parado de frente, con rabia por tu  Rey
 y dejo por un momento la mecha  encendida,
 casi en un grito, frente a Breda, lo  pintará Velázquez en sus lanzas,
 estás entre banderas, Capitán con tu fiel  infantería,
 esa noche de luna, en el culo del  mundo,
 sereno mientras el tambor del tercio bate  a morir por un rey que es el tuyo.
 El tercio de Cartagena avanza, redobla el  tambor,
 porque de flojos y maricones el cielo  está lleno, así como de aspirantes a santos y especialistas en quedar bien con  unos y otros,
 y ahí, de balde, Angélica de Alquézar y  Tánger Soto, hembras de fuste,
 te ponen los cuernos a ti, criollo de  quinta, indigno de nada,
 que llegada la hora del fierro, te has  quedado cobarde,
 mirando tus guampas bajo la luna,  cobarde, sin meter mano a tu espada.
 No queda sino batirse, si fueras un  hombre.


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