aquí una bomba, aquí un muerto, aquí un hijo de la gran puta
Sobre esa guerra permanente, Reverte cita a través de uno de sus personajes:
Casi nunca intentaba explicarlo. Él era un reportero y, a la hora de trabajar, Dios sólo existe para los editorialistas. El análisis se lo dejaba a los compañeros de corbata, en la redacción, o a los expertos que salían explicando factores geoestratégicos con grandes mapas coloreados como fondo y a los ministros que asomaban la sonrisa en el informativo de la tele, muy atareados en la ONU o en la NATO, hablando siempre en plural -desconfiad de los imbéciles que hablan en plural- nosotros hemos, nosotros vamos a, nosotros no podemos tolerar.
Para él, el mundo se reducía a planteamientos más simples: aquí una bomba, aquí un muerto, aquí un hijo de la gran puta. En realidad, era siempre la misma barbarie: desde Troya a Mostar de Sarajevo a Kabul, siempre la misma guerra.
Una vez lo contó en una conferencia en Salamanca, ante alumnos de periodismo que tomaban notas y abrían los ojos como platos mientras él les contaba cuánto costaba un polvo en los puteros de Manila, cómo hacerle el puente a un coche robado o cómo sobornar a un policía iraquí, y los catedráticos -era la Universidad Pontificia- se miraban de reojo inquietos, preguntándose si habían invitado a la persona adecuada.
Se trata de la misma guerra, les dijo "cuando lo de Troya o lo de Salamina yo era muy joven, pero en los últimos veinte años he visto unas cuantas. No sé qué os contarán los otros; pero yo estaba alli, y juro que siempre es la misma: un par de infelices con distinto uniforme que se pegan tiros el uno al otro, muertos de miedo en un agujero lleno de barro y un hijo de puta de traje y corbata fumándose un habano en un despacho climatizado, muy lejos, que diseña banderas, himnos nacionales y monumentos al soldado desconocido, mientras él se llena los bolsillos con la sangre y la mierda de los muertos. La guerra es un negocio de tenderos y de generales, hijos míos. Y lo demás es mentira y joda".
Y dando el tema por cubierto, esta semana los dejo con esta cita y alguna más que encontrarán por ahí sobre la inevitabilidad y la estupidez de las guerras sobre las que por más que escribamos y condenemos, están en la naturaleza y la biología de todo ser vivo, desde las bacterias hasta los putos mariscales de campo de todas las guerras.
No hay salida a eso, sólo nos queda minimizar los daños, administrar el caos generado, reglamentar el dolor y hacer que los daños colaterales se reduzcan, toda pretensión bien intencionada de acabar con las guerras es tan mágica e ingenua, como la de detener la rotación de la Tierra; está la guerra en la naturaleza de los seres vivos y es deber de los lúcidos que se dan cuenta, decirlo así claramente, para que la gente no se engañe. La maldad, la guerra, la muerte, el dolor son tan naturales como la felicidad, los periodos de paz, el amor. Son las caras de una realidad natural.
Casi nunca intentaba explicarlo. Él era un reportero y, a la hora de trabajar, Dios sólo existe para los editorialistas. El análisis se lo dejaba a los compañeros de corbata, en la redacción, o a los expertos que salían explicando factores geoestratégicos con grandes mapas coloreados como fondo y a los ministros que asomaban la sonrisa en el informativo de la tele, muy atareados en la ONU o en la NATO, hablando siempre en plural -desconfiad de los imbéciles que hablan en plural- nosotros hemos, nosotros vamos a, nosotros no podemos tolerar.
Para él, el mundo se reducía a planteamientos más simples: aquí una bomba, aquí un muerto, aquí un hijo de la gran puta. En realidad, era siempre la misma barbarie: desde Troya a Mostar de Sarajevo a Kabul, siempre la misma guerra.
Una vez lo contó en una conferencia en Salamanca, ante alumnos de periodismo que tomaban notas y abrían los ojos como platos mientras él les contaba cuánto costaba un polvo en los puteros de Manila, cómo hacerle el puente a un coche robado o cómo sobornar a un policía iraquí, y los catedráticos -era la Universidad Pontificia- se miraban de reojo inquietos, preguntándose si habían invitado a la persona adecuada.
Se trata de la misma guerra, les dijo "cuando lo de Troya o lo de Salamina yo era muy joven, pero en los últimos veinte años he visto unas cuantas. No sé qué os contarán los otros; pero yo estaba alli, y juro que siempre es la misma: un par de infelices con distinto uniforme que se pegan tiros el uno al otro, muertos de miedo en un agujero lleno de barro y un hijo de puta de traje y corbata fumándose un habano en un despacho climatizado, muy lejos, que diseña banderas, himnos nacionales y monumentos al soldado desconocido, mientras él se llena los bolsillos con la sangre y la mierda de los muertos. La guerra es un negocio de tenderos y de generales, hijos míos. Y lo demás es mentira y joda".
Y dando el tema por cubierto, esta semana los dejo con esta cita y alguna más que encontrarán por ahí sobre la inevitabilidad y la estupidez de las guerras sobre las que por más que escribamos y condenemos, están en la naturaleza y la biología de todo ser vivo, desde las bacterias hasta los putos mariscales de campo de todas las guerras.
No hay salida a eso, sólo nos queda minimizar los daños, administrar el caos generado, reglamentar el dolor y hacer que los daños colaterales se reduzcan, toda pretensión bien intencionada de acabar con las guerras es tan mágica e ingenua, como la de detener la rotación de la Tierra; está la guerra en la naturaleza de los seres vivos y es deber de los lúcidos que se dan cuenta, decirlo así claramente, para que la gente no se engañe. La maldad, la guerra, la muerte, el dolor son tan naturales como la felicidad, los periodos de paz, el amor. Son las caras de una realidad natural.
Saludos,
Félix Obes Fleurquin
felix@equinoxuruguay.com
Félix Obes Fleurquin
felix@equinoxuruguay.com
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