No me interrumpan
No me interrumpan
En una hoja de papel o en la pantalla blanca del procesador comienza todo, ahí es el principio -el tarado del almacén me acaba de interrumpir por segunda vez porque me trajo el pedido equivocado dos veces y, si jode de nuevo, lo voy a colgar de cabeza para abajo degollado en la reja como advertencia para el próximo inoportuno- de estas notas que rondan por el aire toda la semana mientras escuchamos, leemos, vemos lo que pasa y lo que es más pior, diría el Chiche Gómez, lo que no acaba de pasar de una vez por todas y que seguramente no pasará nunca por la inevitable y repetida manía de los imbéciles del entorno patrio de hacer hincapié en tonterías para tapar las "horriricidades", al decir de Stephen King, que nos acechan y que son ocultadas a la mayoría de los que duermen en vida, el sueño de los ausentes de la realidad.
Se habla de misiles gualeguaycheros, que es como hablar de una invasión de zombies o del fin del universo el año 2000; miedos para idiotas acostumbrados de chiquitos al tren fantasma y a los cucos de las tías viejas con olor a naftalina, miedos irreales y muy convenientes como discusiones absurdas sobre precios de asados y papas; estrategia goebbeliana refinada por este gobierno al que me opongo, no por motivos políticos sino porque desprecio la estupidez y la grosería como método de manejar a una República que, por más mal que haya hecho su historia, no merecía semejante banda de incapaces ni aun a pedido del público, porque ni el público más mediocre no merece ser tratado en la forma de refinada y de calculada mentira con que se trata a esta gente de a pie.
Se manda morir gente de muerte acelerada porque a una sociedad médica y otras más harían lo mismo, con la objetiva complicidad de una justicia y el voyeurismo morboso de muchos galenos que, acostumbrados a la muerte, no la miran con rabia sino que son, sin saberlo, gente a su servicio que por razones de practicidad y economía, se ordena morir más rápido y en obediente silencio a enfermos de cáncer, que quizás... y el quizás es una oportunidad que le niegan por acto judicial, con la mirada hacia otro lado de los que deberían indignarse y se callan.
En una hoja de papel blanco o en este procesador, pasando por encima de la puta academia de todas letras y la de los números y comas y acentos de paso y por las dudas de todos los correctores y perfeccionistas de un idioma que se debería crear a cada momento y que bastaría para ser válido con que se entendiera lo que se lee y lo que se le diera para pensar, aunque sea por un instante, un segundo en algo que no fuera nuestro sagrado ombligo o yo y mis problemas, como si yo y mis problemas fuéramos el centro del universo y no un accidente químico en un rincón de una galaxia, tan lejos del centro del universo o de un posible dios centrípeto como una babosa o una oruga terráquea de la Osa Mayor o de Casiopea, de la que ninguna de las dos tiene la más puta idea de su existencia, como ambas estrellas tampoco la tienen de estas personas que como sociedad hemos metido en gheto, los hemos encerrado, olvidado, como solemos hacer con los que van a morir, como harán con nosotros más tarde si no nos merecemos otra cosa, el día que nos toque un sudario y un portazo para partir hacia la nada de la que vinimos.
Volvió el del almacén, esta vez con el pedido correcto y se ha salvado del escarmiento al estilo ostrogodo, pero es justo y honesto decir que mi actual estado de humor hubiera preferido un error, aunque fuera mínimo, para practicar este sábado de noche en Pocitos, esa vieja y sana práctica que la pacatería de una sociedad provinciana y sus leyes liberales sobre la justicia por mano propia me impiden ejecutar, que hubiera sido como en la maravillosa Edad Media, donde la justicia era cosa de cada uno y del tamaño de su espada y de la habilidad en manejarla, un acto de advertencia que avisara que cuando escribo, interrumpirme es un acto de guerra, que me lo tomo muy en serio y reacciono en consecuencia.
Habiendo terminado, envío esto a Carmen para su adaptación al estilo en curso y a las normas de moda y les envío un gran abrazo y un saludo especial para mis amigos, aquellos que no ven las cosas pasar ni son voyeurs, sino que hacen de la vida una batalla que debe pelearse y ganarse cada día, hasta el último momento.
Bocha
felixobes@gmail.com
En una hoja de papel o en la pantalla blanca del procesador comienza todo, ahí es el principio -el tarado del almacén me acaba de interrumpir por segunda vez porque me trajo el pedido equivocado dos veces y, si jode de nuevo, lo voy a colgar de cabeza para abajo degollado en la reja como advertencia para el próximo inoportuno- de estas notas que rondan por el aire toda la semana mientras escuchamos, leemos, vemos lo que pasa y lo que es más pior, diría el Chiche Gómez, lo que no acaba de pasar de una vez por todas y que seguramente no pasará nunca por la inevitable y repetida manía de los imbéciles del entorno patrio de hacer hincapié en tonterías para tapar las "horriricidades", al decir de Stephen King, que nos acechan y que son ocultadas a la mayoría de los que duermen en vida, el sueño de los ausentes de la realidad.
Se habla de misiles gualeguaycheros, que es como hablar de una invasión de zombies o del fin del universo el año 2000; miedos para idiotas acostumbrados de chiquitos al tren fantasma y a los cucos de las tías viejas con olor a naftalina, miedos irreales y muy convenientes como discusiones absurdas sobre precios de asados y papas; estrategia goebbeliana refinada por este gobierno al que me opongo, no por motivos políticos sino porque desprecio la estupidez y la grosería como método de manejar a una República que, por más mal que haya hecho su historia, no merecía semejante banda de incapaces ni aun a pedido del público, porque ni el público más mediocre no merece ser tratado en la forma de refinada y de calculada mentira con que se trata a esta gente de a pie.
Se manda morir gente de muerte acelerada porque a una sociedad médica y otras más harían lo mismo, con la objetiva complicidad de una justicia y el voyeurismo morboso de muchos galenos que, acostumbrados a la muerte, no la miran con rabia sino que son, sin saberlo, gente a su servicio que por razones de practicidad y economía, se ordena morir más rápido y en obediente silencio a enfermos de cáncer, que quizás... y el quizás es una oportunidad que le niegan por acto judicial, con la mirada hacia otro lado de los que deberían indignarse y se callan.
En una hoja de papel blanco o en este procesador, pasando por encima de la puta academia de todas letras y la de los números y comas y acentos de paso y por las dudas de todos los correctores y perfeccionistas de un idioma que se debería crear a cada momento y que bastaría para ser válido con que se entendiera lo que se lee y lo que se le diera para pensar, aunque sea por un instante, un segundo en algo que no fuera nuestro sagrado ombligo o yo y mis problemas, como si yo y mis problemas fuéramos el centro del universo y no un accidente químico en un rincón de una galaxia, tan lejos del centro del universo o de un posible dios centrípeto como una babosa o una oruga terráquea de la Osa Mayor o de Casiopea, de la que ninguna de las dos tiene la más puta idea de su existencia, como ambas estrellas tampoco la tienen de estas personas que como sociedad hemos metido en gheto, los hemos encerrado, olvidado, como solemos hacer con los que van a morir, como harán con nosotros más tarde si no nos merecemos otra cosa, el día que nos toque un sudario y un portazo para partir hacia la nada de la que vinimos.
Volvió el del almacén, esta vez con el pedido correcto y se ha salvado del escarmiento al estilo ostrogodo, pero es justo y honesto decir que mi actual estado de humor hubiera preferido un error, aunque fuera mínimo, para practicar este sábado de noche en Pocitos, esa vieja y sana práctica que la pacatería de una sociedad provinciana y sus leyes liberales sobre la justicia por mano propia me impiden ejecutar, que hubiera sido como en la maravillosa Edad Media, donde la justicia era cosa de cada uno y del tamaño de su espada y de la habilidad en manejarla, un acto de advertencia que avisara que cuando escribo, interrumpirme es un acto de guerra, que me lo tomo muy en serio y reacciono en consecuencia.
Habiendo terminado, envío esto a Carmen para su adaptación al estilo en curso y a las normas de moda y les envío un gran abrazo y un saludo especial para mis amigos, aquellos que no ven las cosas pasar ni son voyeurs, sino que hacen de la vida una batalla que debe pelearse y ganarse cada día, hasta el último momento.
Bocha
felixobes@gmail.com
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