Mi teoría de la evolución
Mi teoría de la evolución
Todo es una cuestión química. Dios, ante todo, los varios dioses de uso diario de los religiosos -que han quemado desde hace miles de años y cortado en rebanadas al que no creía en lo que ellos creían- el amor, el sexo, las empanadas mendocinas y las fiestas de Navidad y la Independencia, pasando por las ganas de comer, correr o tener sexo en sus infinitas variables que las hay a roletes. Todo es una cuestión del laboratorio de Dios S.A. o Dios Inc. o de los spónsores de Dios. El ADN y las endorfinas y esas cosas.
Somos química, todo el resto es invento de los que le dan a ella nombres más pomposos, pero somos un laboratorio ambulante que crea drogas humanas para acelerar el pulso ante los ataques, caso de la adrenalina; o de la endorfina -de la que soy adicto, drogadicto, un caso perdido- que crea al cuerpo para que te guste matarte corriendo y saltando para recibir tu dosis diaria de lo que no se consigue en la farmacia y aliviarte de la abstinencia, eso es la maravillosa endorfina, que menos mal que no es sintetizable que si no, nos inyectaríamos 33 kilómetros falsos ¡¡y uauuuuuu!!
Y las feronomas, que son inalámbricas y hasta se contagian y comparten por mail y chat y hacemos cochinadas vía web con gente en Vancouver y Tierra del Fuego y nos damos esa dosis de susbstancias que nos dejan a mil y la puta madre con sólo escribir en letra verdana tamaño 10 esas cosas que, metidas a química pura, serán poemas, insultos o declaraciones de amor y, en casos límite, propuestas de casamiento.
Dios, esa cosa vaga, invento de la química humana para explicar lo que un niño entendería de ser siempre niño y no un zapallo adulto, que el universo es nada más que una casualidad y una serie de eventos sin ton ni son que no conducen a nada, no es nada más que una cadena errónea en el ADN de la raza humana. Las hienas, mejor programadas, no creen en dioses. Comen, tienen sexo -esa cosa para reproducir la especie o divertirse que tenemos los humanos y los delfines-, defecan y mueren sin dioses y no dejan de ser malas hienas, son lo que son sin curas, hechiceros ni papas; ni qué hablar de las cucarachas que son las que heredarán este planeta una vez que nos hayamos aniquilado los unos a los otros de variadas formas y que desde que eran trilobites, están ahí desde hace miles de miles de años y estarán, según Olaf Stlapedon, una vez que hayamos desaparecido y que en ese lapso, mayor que nuestra existencia como especie, esas cucarachas no han tenido la necesidad de catedrales ni de obispos, ayatolas, rabinos y toda esa clase de curanderos y recaudadores de tributos y limosnas.
En mi teoría, esa química inalámbrica que nos hace escribir poemas y constituciones, recetas de cocina y manuales para rascarse el culo de treinta y tres formas a la luz de la Luna un día de mayo, nos hace ser un accidente en la evolución de las cucarachas para la conquista del Universo, un lapso de tiempo tan irrelevante en horas geológicas o universales como la existencia de este país o la existencia del London París o de la religión cristiana, un hipo histórico si es medido aún en escala humana; ni qué hablar del gobierno de hoy, un milisegundo en la escala cósmica que, hablando de cosas que me tienen recontra repodrido, apenas figurará en un manual de historia de países marginales, en las escuelas del siglo XXII.
En esta teoría, a la que nadie en este territorio entenderá porque todos hablan y escriben de política y economía y otras pelotudecs que no le importan a las cucarachas que soportarían y sobrevivirían una guerra atómica y un invierno nuclear, lo único válido es la satisfacción química de nuestras ansiedades, que siendo una especie transitoria, accidental, servirán para hacernos el tránsito sobre un planeta prestado más fácil y más ameno.
En base a esto, declaro que Halloween es más relevante que la Semana Santa y el Día del Patrimonio, porque Halloween es más divertido, se toma en joda al universo y a la muerte y por eso es un festejo más adecuado que la natividad de un personaje improbable que no figura en los registros del Imperio Romano, que todo registraba.
Declaro, según mi teoría de la evolución, que viviendo en el planeta que las cucarachas nos han prestado por un ratito mientras preparan la conquista del universo, hay que hacer como que lo que hacemos es algo relevante y, de paso, tirar al tacho de la basura toda estúpida seriedad y acartonamiento, dejar de ser solemnes -los solemnes son imbéciles, los tipos que hablan en serio son recontra imbéciles- y declarar Halloween feriado nacional.
See you later, alligator!
Todo es una cuestión química. Dios, ante todo, los varios dioses de uso diario de los religiosos -que han quemado desde hace miles de años y cortado en rebanadas al que no creía en lo que ellos creían- el amor, el sexo, las empanadas mendocinas y las fiestas de Navidad y la Independencia, pasando por las ganas de comer, correr o tener sexo en sus infinitas variables que las hay a roletes. Todo es una cuestión del laboratorio de Dios S.A. o Dios Inc. o de los spónsores de Dios. El ADN y las endorfinas y esas cosas.
Somos química, todo el resto es invento de los que le dan a ella nombres más pomposos, pero somos un laboratorio ambulante que crea drogas humanas para acelerar el pulso ante los ataques, caso de la adrenalina; o de la endorfina -de la que soy adicto, drogadicto, un caso perdido- que crea al cuerpo para que te guste matarte corriendo y saltando para recibir tu dosis diaria de lo que no se consigue en la farmacia y aliviarte de la abstinencia, eso es la maravillosa endorfina, que menos mal que no es sintetizable que si no, nos inyectaríamos 33 kilómetros falsos ¡¡y uauuuuuu!!
Y las feronomas, que son inalámbricas y hasta se contagian y comparten por mail y chat y hacemos cochinadas vía web con gente en Vancouver y Tierra del Fuego y nos damos esa dosis de susbstancias que nos dejan a mil y la puta madre con sólo escribir en letra verdana tamaño 10 esas cosas que, metidas a química pura, serán poemas, insultos o declaraciones de amor y, en casos límite, propuestas de casamiento.
Dios, esa cosa vaga, invento de la química humana para explicar lo que un niño entendería de ser siempre niño y no un zapallo adulto, que el universo es nada más que una casualidad y una serie de eventos sin ton ni son que no conducen a nada, no es nada más que una cadena errónea en el ADN de la raza humana. Las hienas, mejor programadas, no creen en dioses. Comen, tienen sexo -esa cosa para reproducir la especie o divertirse que tenemos los humanos y los delfines-, defecan y mueren sin dioses y no dejan de ser malas hienas, son lo que son sin curas, hechiceros ni papas; ni qué hablar de las cucarachas que son las que heredarán este planeta una vez que nos hayamos aniquilado los unos a los otros de variadas formas y que desde que eran trilobites, están ahí desde hace miles de miles de años y estarán, según Olaf Stlapedon, una vez que hayamos desaparecido y que en ese lapso, mayor que nuestra existencia como especie, esas cucarachas no han tenido la necesidad de catedrales ni de obispos, ayatolas, rabinos y toda esa clase de curanderos y recaudadores de tributos y limosnas.
En mi teoría, esa química inalámbrica que nos hace escribir poemas y constituciones, recetas de cocina y manuales para rascarse el culo de treinta y tres formas a la luz de la Luna un día de mayo, nos hace ser un accidente en la evolución de las cucarachas para la conquista del Universo, un lapso de tiempo tan irrelevante en horas geológicas o universales como la existencia de este país o la existencia del London París o de la religión cristiana, un hipo histórico si es medido aún en escala humana; ni qué hablar del gobierno de hoy, un milisegundo en la escala cósmica que, hablando de cosas que me tienen recontra repodrido, apenas figurará en un manual de historia de países marginales, en las escuelas del siglo XXII.
En esta teoría, a la que nadie en este territorio entenderá porque todos hablan y escriben de política y economía y otras pelotudecs que no le importan a las cucarachas que soportarían y sobrevivirían una guerra atómica y un invierno nuclear, lo único válido es la satisfacción química de nuestras ansiedades, que siendo una especie transitoria, accidental, servirán para hacernos el tránsito sobre un planeta prestado más fácil y más ameno.
En base a esto, declaro que Halloween es más relevante que la Semana Santa y el Día del Patrimonio, porque Halloween es más divertido, se toma en joda al universo y a la muerte y por eso es un festejo más adecuado que la natividad de un personaje improbable que no figura en los registros del Imperio Romano, que todo registraba.
Declaro, según mi teoría de la evolución, que viviendo en el planeta que las cucarachas nos han prestado por un ratito mientras preparan la conquista del universo, hay que hacer como que lo que hacemos es algo relevante y, de paso, tirar al tacho de la basura toda estúpida seriedad y acartonamiento, dejar de ser solemnes -los solemnes son imbéciles, los tipos que hablan en serio son recontra imbéciles- y declarar Halloween feriado nacional.
See you later, alligator!
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