Sucedió en el Estadio CARLOS MAGGI
Sucedió en el Estadio
CARLOS MAGGI
La versión del himno nacional cantado el 18/11/09, es más inolvidable que el partido que había reunido a 60.000 personas llenas de fervor.
Ese himno tuvo la fuerza necesaria para hacer sentir su invención, porque detrás de la variante hubo formidables músicos como son Jaime Roos y Hugo Fattoruso y ¿por qué no? la percusión anónima de tambores y platillos de una murga que sabe su oficio. La percusión manda siempre y nunca dice nada. La percusión toca en los dos sentidos de la palabra; sin comentar, acompasa el corazón.
El Zurdo Besio que pasó las estrofas sin fallas, fue una revelación para la gran mayoría. Canta bien y dice muy bien; a la manera de Gardel, haciendo sonar cada letra del texto.
Por supuesto, como toda obra, la versión admite crítica. Hay que ver si las observaciones invalidan la obra o si la obra soporta las objeciones que se pueden hacer. Adelanto: mi balance es superavitario. Los desacuerdos son dos:
1) Duró demasiado; Jaime Roos estimó lo que dura el tiempo en un concierto y no, lo que debe durar una canción previa al inicio de una confrontación deportiva. El público estaba con la patria en la boca, había ansiedad por obtener una victoria que se veía al alcance del pie.
2) El cantante no debió pintarse la cara; su actuación estaba muy por encima del grotesco murguero. El intérprete era mucho más que un murguista, era la expresión de un mito. Su trabajo consistía en crear una fuerza concéntrica que acercara entre sí, a un público ávido esa noche, por unificarse. La patria no es cosa de humor, admite la alegría, pero es hierática, refiere a la lucha por hacerse un lugar en el mundo. El himno uruguayo, que por suerte ya había sido modificado y mucho, un buen día se oficializó (gran desgracia para una obra de arte).
Lo escrito por Acuña de Figueroa, era excesivo. Se tomaron dos partes de las once que abarcaba; y en el recorte quedaron por el camino:
De su arrojo soberbio temblaron/Los feudales campeones del Cid.
El estruendo que en torno resuena/De Atahualpa la tumba se abrió.
Y ante el mundo la Patria indomable/Inaugura su enseña, y su rey.
De laureles ornada, brillando/ La Amazona soberbia del Sud.
Y así, de verso en verso, podaron un cuarto de hora.
Manos piadosas fueron aniquilando estrofas hasta un día en el cual se cantó (engolada y repetitiva) una versión practicable; y alguien ordenó:
- ¡Es así! - y así quedó.
Con todo, oír al tenor diciendo: "Y a sus bravos en fieras bataias"; aconseja seguir perfeccionando.
El mejor momento, el más dramático del canto, se borró por distracción. Es el gran efecto del himno, pero quedó diluido, víctima de ¡un error de puntuación! Repaso el pasaje:
Libertad, libertad Orientales./ Ese grito a la Patria salvó;
Y a sus bravos en fieras batallas,/ De entusiasmo sublime inflamó.
De este don sacrosanto la gloria / Merecimos tiranos temblad!
Tiranos temblad! tiranos temblad!
¿Quien entiende el verso que dice "merecimos tiranos temblad"?
El fragmento es espléndido, pero fue mal cortado; y así se canta; y nadie entiende.
Debe decir:
De este don sacrosanto, / La gloria merecimos - punto y aparte; y el Coro comenta como un trueno que baja del cielo:
Tiranos temblad!/ Tiranos temblad!...AH!....
No en vano este pareado fue venerado, cuando habíamos perdido la libertad, bajo la dictadura.
Estoy mostrando que un símbolo inmutable, puede no ser inmutable. Nada en Humanidades es para siempre. Toda creación de arte es un acto vivo en el tiempo. El Quijote se lee en versiones actualizadas, que suenan diferentes al texto original. A Hamlet, le sacan dos actos.
La historia, que pretende ser un relato fiel, es revisada cada tanto y el pasado cambia. El pasado suele ser tan imprevisible como el futuro. Todo lo vinculado a la imaginación humana, se transforma en la medida que las generaciones traen su propia entonación. Puede decirse bastante más. La ciencia exacta cambia sus afirmaciones a lo largo del tiempo. Hay un principio de incertidumbre en todo lo que cree conocer el Hombre. La cuántica es demoledora de la soberbia.
Giordano Bruno fue quemado vivo, por una infracción a lo inmutable,… pero no era inmutable; necesitaba corrección.
"Las hadas bailan en la noche y Cristo está clavado en una cruz" (Alfred Whitehead, "Proceso y realidad); y sin embargo, hace más de dos mil años que la iglesia renueva, sin cesar, sus opiniones referidas al libro sagrado.
¿Qué obra puede quedar fija en el modo de su moda?
Diría, habiendo oído lo sucedido en el estadio, que el himno estaba como muerto y duro, metido en un freezer; y esa noche a propósito de una fiesta deportiva, se movió de nuevo, como si fuera recién estrenado. Los once orientales que Blanes no pintó, se hicieron gloriosos; clasificaron para la Copa del mundo, con pasaje de ida y vuelta. La clasificación los autoriza a perder tres veces y volver. Seamos justos: reinventar el himno, valió más que el juego contra Costa Rica.
Liber Falco, mirando una puta que sorbía café en el Metro, me dijo: es tan triste que tiene que ser buena.
Este himno más melancólico que marcial, no da ganas de matar o morir como pretende el gran falsario Acuña de Figueroa; esta versión buena, da ganas de jugar despacio y sentir la siesta, como hicieron nuestros campeones de vaivén a Sudáfrica.
Hay, habrá, existe la necesidad de sentir el lazo que nos une como país y como comunidad, el lazo patriótico. Esa es la cuestión que no puede desvirtuarse. Las obras en cambio son siempre provisorias. Nada hay más contrario a los faraones momificados, que la épica, que renueva las maneras de ensalzar a los héroes. Cuando descubrí leyendo papeles, que los paisanos le decían al "éxodo del pueblo oriental", "la redota", supe que en el nacimiento de esta nación hubo una gran tristeza plagada de abandono; y la historia patria fue otra para mí: más miserable y más admirable. Venimos de la mayor indigencia; nos faltó hasta la tierra bajo los pies. La realidad nos regaló esa hermosa leyenda: venimos desde muy abajo, de una emigración desmantelada, de una derrota total; y no se sabía; la palabra éxodo habla de estar bajo la protección de Dios; y ellos estaba desvalidos.
El himno aquí establecido por ley, abunda en tumbas, batallas y muertes de entre las cuales salen gritos sublimes. Pero esos trastos y fastos no disminuyen la función entrañable de la canción: cualquiera de nosotros oye o canta el himno y mientras lo hace, desoye las palabras y vuelve a la escuela donde lo cantó con unción. Ese retorno en el tiempo nos recorre la vida vivida, en un instante. Entonces la nación genera un estremecimiento esencial y atrae figuraciones. El mero color celeste puede encender fuego, ante la expectativa de un hecho emotivo, como es un partido de fútbol apasionado.
Y sucedió y tuvo grandeza: una variante inesperada, introducida en el canto que repetimos mecánicamente desde que éramos niños, rompió la distracción que lo envolvía. Perdimos el reflejo condicionado y pasamos a oír nuestra canción nacional, como si fuera por primera vez. El ritmo tardo y la dicción perfecta desintoxicaron la atención.
¡Qué bueno!
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