Equinox Fin de Semana

Notas de Felix Obes Fleurquin y del Semanario Equinox Fin de Semana de Uruguay

Friday, November 14, 2008

Una historia de familia






Una historia de familia



Contaba mi abuelo, Federico Fleurquin, que un día de la guerra de 1904, siendo él coronel -porque como egresado de la Facultad de Derecho había tenido que hacer, como se hacía y se hace en las repúblicas donde hay soldados ciudadanos, el servicio militar- fue enviado con su División Soriano al frente y, luego de unos tiroteos con los blancos insurrectos, hicieron prisioneros -creo que en Mansavillagra o algún lugar de nombre parecido- y se encontró entre estos con un compañero de la facultad, quien le dijo: "Federico, que no me degüellen".



El que estaba a cargo era el General Muniz, según abuelo, un bruto sin remedio, degollador y prepotente, que estaba ordenando liquidar a los prisioneros (no se asusten, eso era costumbre en ambos bandos desde las guerras del Siglo XIX) y que no entendía razones. Y ahí iba la fila, siendo pasada a cuchillo, cuando mi abuelo tomó el mauser de su ordenanza (luego conocí al que fue Coronel Lima, quien le regaló a mi hijo Maxi la espada de desfile italiana que éste le regaló en 1956 y con la que abuelo desfiló en la Calle Sarandí al fin de la guerra) y amartillado, se lo puso a Muniz en el pecho para evitar el crimen. Lima, según abuelo, le dijo: "No se pierda, mi Coronel" (textual, que escuché ese cuento mil veces, siendo niño, de los dos soldados viejos en casa) y la cosa quedó ahí, no hubo más degüellos ese día. El Coronel Fleurquin, a sus veinte y pico de años no fue fusilado por motín y volvió de esa guerra entre hermanos para dedicarse a su carrera, a la política y a su novia, Emita Aguirre, tía abuela del Oso, que puede confirmar esta anécdota.



A la larga, Emita murió de tisis. Hay una historia familiar muy romántica de las cartas entre ellos que Maxi guarda; y el coronel abogado se casó con la que fue mi abuela, una italiana llegada de Ferrara, cantante de ópera, Anita Bartollini, que canceló su gira por América del Sur al conocer a Federico y quedarse ambos mucho tiempo en el Hotel Pyramides, para escándalo de la sociedad en ese entonces.



Ese país bruto, culto y tremendo, con acontecimientos terribles como otro, que por el lado paterno me ha llegado de mis ancestros, los Burgueño, de lo que antes era la zona de Mosquitos, hoy Soca, es el que un siglo después vivimos. Las barbaridades cometidas en la guerra civil de 1970 no son más que un juego de niños frente a las que se cometían por todos en esa época. Pero las guerras terminaban y en 1905, un señor llamado Fernández Saldaña, en un libro que sólo yo tengo y que se llama "Sangre de Hermanos", daba por terminadas las guerras y los odios y los representantes de los rebeldes como Herrera, se sentaban en el Parlamento y decían y daban lo suyo. No había estupideces de castigo para los culpables, ni escraches, ni comisiones de un cuerno, la guerra había sido guerra con toda su maldad y se daba por terminada el día del armisticio.



Y luego de eso, la gente que había luchado se juntaba a trabajar y discutir y hacer un país. Más o menos bien o mal, ese país se hizo, quizás no al gusto de muchos, pero sí potable; y fue rico y la gente dejó de matarse hasta el '70, en que la intemperancia de muchos nos llevó a otra guerra, guerra terminada con vencidos, vencedores, muertos y sobrevivientes, como todas las malditas guerras en que la humanidad, como dice un personaje de "La Delgada Línea Roja", se pelea por Real Estate. O sea, por terrenos y parcelas de poder, por territorios -como pelean los machos de cada especie por derecho a tener hembras como las cabras-, por dinero, por estar encima de otros, por humanidad, porque somos así, es nuestra genética y renegar de ella, como los hippies o los idiotas, no nos hace más inteligentes sino más nabos.



Las guerras y las competencias son parte de la condición animal y humana, son irradicables, lo diferente es cómo terminamos al fin de cada una de ellas.

Vuelvo a Mosquitos. Estando en un ómnibus de Onda allá por 1958, yo de 12 años con mi padre y con mi hermano menor, Daniel, en un viaje con escala en el Parador Mosquitos para tomar un submarino y comer una traviatta (¡a ver si alguno sabe lo que eran!) sube en esa parada obligatoria un negro con un gallo de pelea debajo del brazo. Lo llevaba a Pan de Azúcar a una riña que había -las debe haber aún en el país profundo- y él y mi padre, que no debía tener ni mi edad actual, pero que era un tipo de esos que hablaba con todos (me daba algo en esa época, ahora he descubierto que es un placer que yo disfruto) y les hacía contar la historia de su vida, descubren, el negro y él, que eran del mismo origen. Mi padre, nieto de los Burgueño, el de la negrada (textual) de la misma gente; su padre, soldado a prepo de Agustín Burgueño, colorado; su tío, soldado a prepo de Juan, blanco, hermanos que se reventaban en esas guerras entre hermanos.



Su tío, corneta de regimiento, hecho prisionero y a la hora del degüello, es salvado por su hermano que empuja a la fila a otro y saca a éste del brazo con la complicidad de Agustín, que mira para otro lado. Muere uno por otro, todo queda equilibrado en esa lógica terrible de la guerra.

No estoy queriendo nada más que contar una anécdota y no dejar olvidar ciertos hechos, quizás para relativizar los problemas de hoy en que tenemos conflictos, sí, pero digamos, como dicen los viejos, problemas de horror eran los de antes.



Hoy tenemos un mal gobierno, quizás es infinitamente mejor que el que tiene Zambia -y muchas gracias por no vivir en Zambia-; tenemos deudas, pero no vamos a la Bastilla por ellas; la Ley no se cumple ni se respeta la Constitución por parte del Estado, pero las tenemos y quizás las mejoremos y seguramente lo hagamos. Estamos mejor que en 1904 y la sociedad ha avanzado, no somos ni Nueva Zelandia ni Francia, pero no somos Rwanda ni lo seremos; tenemos luz, agua y ciertos derechos a no ser degollados por ser diferentes. Los personajes de hoy quizás son menos dramáticos y son también más parecidos a cada uno de nosotros.

Para terminar el cuento familiar y dárselo a mi madre de regalo, Anita y Federico se casaron al fin, tuvieron cuatro hijos y una larga vida juntos. Abuela, la recuerdo a sus casi 80 años, sentada junto a Federico, cantándole muy suavemente partes de "Aída", las mismas que él escuchó en Río de Janeiro en su viaje hacia ella y por las que decidió enviarle aquellas rosas rojas que lo hicieron desistir de su viaje a París y volver tras ella a Montevideo, para hacer esa vida juntos que dieron la vida a éste que esta noche escribe en su memoria.



Esa aria triunfal de "Aída", que abuelo había escuchado al desfilar en la Calle Sarandí al fin de la guerra del '04 y que abuela le susurraba al oído años más tarde, cuando mi hermano Daniel y yo la escuchábamos sin entender cosas que ahora entiendo.

Hasta la semana que viene.

Félix Obes Fleurquin
felixobes@gmail.com
Equinox Uruguay

1 Comments:

  • At 11/14/2008 12:48 PM, Anonymous Anonymous said…

    Muy bueno, realmente un gusto leerlo.
    Submarino y Traviatta, interesante desafío para el desinterés (no ignorancia) de los jóvenes.
    Se puede encontrar ese libro de Fernández Saldaña, pero en su obra (ej. Diccionario uruguayo de biografías 1810-1940) se detectan algunos errores o, mejor dicho, múltiples carencias de profundización.

     

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