Equinox Fin de Semana

Notas de Felix Obes Fleurquin y del Semanario Equinox Fin de Semana de Uruguay

Saturday, October 16, 2010

No queda sino correr




No queda sino correr

Llueve sobre Montevideo, es jueves de octubre, el que llovió. Después de varias semanas de despotricar por esto y aquello y acercándose tímidamente la primavera, me dije a mí mismo que había cosas que contar más importantes para mí que este gobierno o aquel otro y aquel decreto o, en fin... que me tenía temporalmente podrido el tema político que para ser honesto con ustedes, no me gusta, me meto de cabeza de bronca cuando pasa algo grave -siempre pasa algo grave, no vivimos en Disneylandia- pero invariablemente me queda la desazón de haberme agarrado a golpes con molinos de viento para que no pase nada que cambie nada. ¿No les pasa eso a veces?

Bueno, así que mientras escucho la música de la banda sonora de Las Horas que me relaja para escribir tranquilo, veo a mi nieta Maia jugar cerca de mí mientras Leticia anda en vueltas y llueve afuera cansinamente. La semana fue otra de las de rutina, de levantarse en Vietnam y acostarse en Sarajevo, siempre con esa sensación de peligro inminente que a todos y con buenas razones se nos acentúa con el paso del tiempo, escucho las horas pasar y recuerdo de los últimos días el casamiento de Maxi, mi hijo mayor, "mi nene", que decidió dar el paso formal y lo hizo de una forma tan hermosa que me dejó conmocionado, pues esa parejita que desde hace ocho años vive junta y que hace casi dos que tienen una hija, mi nieta Mia, se casaron un día de sol, un domingo frente al mar, rodeados de su familia y algunos amigos y estaban totalmente enamorados luego de ese tiempo, más de lo que yo pude haber estado en mi vida; con un amor serio, meditado, estable, constructivo, que les ha permitido ir formando una familia, que es uno de los orgullos que ese chiquilín -y no son pocos- me ha dado en su vida.

Y dentro de ese momento feliz, donde uno inevitablemente se encuentra con gente de su pasado y sin quererlo recorre y revive momentos, tramos de vía de ferrocarril, les digo yo, que han partido para otros lados y que no son ya mi vida, queda una sensación y especialmente en esa tarde de sol y luminosa, de una melancolía por el paso de las horas y los días y la incertidumbre de tantas cosas que tendrán que venir: las buenas, las malas, las horrorosas y las maravillosas porque así es la vida, que no es, como dije hace un tiempo, las fotos seleccionadas de los cumpleaños y casamientos y sus sonrisas y caras tersas, sino las fotografías esas que nadie saca de la parte dolorosa y arrugada que enfrentaremos. Y así, en medio de esta mezcla de sensaciones, para enfrentar al tiempo y decirle que todavía no, aún no, porque quedan algunas cosas por hacer, decidí sacarme las ganas de hacer algo que no me animaba: voy a correr la Nike, ya me apunté, esa misma noche después del casamiento me corrí desde la loma del Kinoto hasta el cerro del Sucucho para probarme que aún mi maquinaria podía dar algo más y me puse, estos días, para espanto y sorpresa de mi madre, que piensa que estoy entrando en una etapa de hacer cosas seniles, a entrenar pesadamente para ese día 6 de noviembre, si Dios quiere. Seré uno más de miles que saldrán con sus cuerpos a correr, porque el hombre es un animal corredor por naturaleza, fue hecho para eso, su estructura está pensada para correr manadas de mamuts durante días y nos hemos olvidado de eso y, porque corriendo, únicamente en ese momento que estoy solo yo contra mí mismo, contra la resistencia del viento y el impacto del piso, sé que podré, puedo alcanzar un estado de serenidad que solo da ese movimiento.


Mi amigo Tashiro, profesor de judo, me cuenta que cuando combate, en ese momento tiene la sensación de que todo alrededor suyo está quieto, que quizás se mueva en cámara lenta mientras él siente que su velocidad anticipa cualquier movimiento del oponente. Corriendo pasa algo similar, al menos a mí, que no corro para demostrar nada ni ganarle a nadie ni ir más rapido que otro, sino porque únicamente a partir de cierto momento en el que alcanzo lo que yo parafraseo a Ego, la velocidad de crucero y ya superé las molestias y el dolor de los primeros veinte minutos, una sensación de que todo a mi alrededor está quieto, que no es más que un telón de fondo donde no se distinguen ni caras ni detalles, como si fueras en un tren y todo lo cercano son nada más que siluetas. Y ahí está lo que busco, porque en ese momento no hay más nada que la carrera y nada más importa, no pienso en nada más que en eso y logro salir de todo lo que me preocupa, cosa que sería para mí imposible si sólo caminara.

Hugo Burel, en "El corredor nocturno", lo define casi de la misma manera: no hay más objetivo que el movimiento en sí mismo y de ser posible, cada carrera debe costar un poco más, llegar más lejos, correr más tiempo; la velocidad es irrelevante en términos de deporte, no lo tomo ni lo toma el personaje de Burel como una competencia sino como la búsqueda de un estado alterado, como me decía hoy de noche Daniel Muñoz hablando de esto y así, como decía Lope de Vega en Alatriste, aquella frase magistral de "No queda sino batirnos", cuando toda otra salida es una claudicación o la aceptación de algo intolerable, yo siento eso, de que no queda sino correr. Y no es que solo me guste, he llegado a la conclusión de que para mí ese momento es lo más importante que hago, porque al detenerme porque tengo el límite de mi físico, por un largo rato veo todo más claro y quizás tome alguna decisión de forma más acertada o aquella idea que tenía en borrador en la cabeza, llega a concretarse en algo medianamente razonable. Por eso corro.

De golpe, muchos fantasmas se alejan por un rato, de golpe me siento vivo con una intensidad que de otra forma no lo hubiera logrado. Lo de correr la Nike no es un capricho para ganarle a nadie, ya que dentro de esa montonera de gente yo estaré totalmente solo; el resto serán, son, puntos de referencia que ayudan a la carrera y cuya masa en movimiento da un aliciente más. Por eso corro.


Hice un chiste el otro día a un amigo. Le dije: "Me siento como un piloto de avión que le comunica a la tripulación que son varios yo mismo y nadie más, una buena noticia: estamos volando a buena velocidad, estamos estables y todo marcha bien; y la mala, es que no hay tren de aterrizaje ni existe pista de llegada". Porque la vida es eso, volás, corrés y cuando te paras, no hay nada, ni salones de tránsito ni gente que te espera. Por eso voy a correr esos 10 kilómetros, espero que en menos de una hora 15 y si llego, bien, si no, otro escribirá algo que espero sea con mucho humor, porque lo lindo de la vida es nunca tomarse a uno mismo en serio y acelerar hasta que se pueda, porque más vale un día como leones, ¿no?


Realmente, no queda sino correr y, de ser posible, hacerlo una y otra vez y esperar que sea en un momento de esos -ahí está otro de los motivos- que salga del escenario. No es una actitud pesimista ni suicida. El luchador, como decía Tashiro, desea irse en el medio de un combate, que sea ahí y no de otra forma que todo se resuelva, que todo encaje en su lugar, porque el día que ya no se pueda -y me acuerdo de la novela "¿Acaso no matan a los caballos?", de la que hubo una película con una muy joven Jane Fonda-, seriamente no tengo planes de aterrizar ni de ser guardado en un hangar para el desguace lastimoso de un avión que ya no vuela. No debe haber tren de aterrizaje, eso sería una desgracia y es por eso que, de cierta forma, todo lo que hago está unido a eso. Un continuo y creciente movimiento cuyo único objetivo es inmovilizar al mundo mientras yo sigo mi carrera y cada uno lo hará a su manera y lo respeto, pero es así como yo lo quiero para mí.


El que entiende, lo hace. El que no, no lo hace, pero para mí es así y punto.


Abrazo.

Bocha Obes Fleurquin
felix@equinoxuruguay.com.uy

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